Domingo XXXII del tiempo ordinario (A)

Amigos bienamados en el Señor:

La primera lectura, del libro de la sabiduría, ha hecho un ferviente elogio de la sabiduría. ¿De qué sabiduría se trata? La cultura actual, más que de sabiduría, trata de ciencia, de técnica, de investigación; y los que se dedican a tales actividades humanas no son conocidos como sabios, sino como intelectuales y científicos. Ellos cultivan el intelecto, y de él se sirven para progresar en el conocimiento del mundo y de sus leyes, siendo ello una actividad tan noble que justifica de sobras una vida laboral entera.

Presupuesta esta admiración y respeto por la ciencia y la técnica, aclaremos enseguida que la sabiduría es enteramente otra cosa. Ella radica no en la inteligencia solamente, sino también en la intuición, en el corazón, en los sentidos y en la persona entera. La sabiduría se puede adquirir sin pasar por la universidad y sin graduarse en carrera alguna; puede tener cabida en una persona con estudios elementales e incluso en un analfabeto, porque es el conocimiento instintivo y casi experimental de sí mismo, del propio lugar, circunstancias y función, unido todo a Dios y dependiente de él. El sabio es aquel que no tropieza con pequeñas cosas de lugar, de tiempo, de personas ni de las circunstancias más variopintas. La sabiduría es una visión global de la situación, en referencia al objetivo final. El sabio se ve a sí mismo y a cada una de las cosas exteriores a él, como las notas melódicas de un concierto universal que Dios dirige y que revierte en gloria suya.

El camino para llegar a la sabiduría es el deseo. Quien la desea la ama; quien la ama, llega fácilmente a contemplarla. Lo ha dicho la lectura: La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa; la encuentra sentada a la puerta (…) Pronto Se ve libre de preocupaciones. Porque el que está revestido de la sabiduría halla sentido a todos los acontecimientos y todo lo encamina hacia su fin natural y positivo.

La parábola de las diez doncellas es una descripción de la sabiduría inicial y de la sabiduría madura. Cinco de ellas habían empezado a entrar por el camino de la sabiduría porque sabían lo que les convenía, que era: ir a recibir al esposo y entrar en la fiesta del banquete de bodas. Aquella fiesta es símbolo del Reino de Dios y ellas la habían elegido, pero no habían sabido prever la tardanza y no se proveyeron de reservas de aceite. Las otras cinco mostraron una sabiduría madura: habían contemplado la posibilidad de una larga demora y se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.

Empecemos nuestra camino hacia la sabiduría con las palabras y el espíritu del Salmo: Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.