Domingo XXX del tiempo ordinario (A)

Amados hermanos en el Señor:

En la carta de hoy, San Pablo elogia generosamente a los cristianos de Tesalónica. Les dice: Vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. En el interior de aquellas personas y de toda la comunidad se había operado un cambio substancial: abandonados los ídolos, se habían convertido al Dios verdadero y a él solo adoraban. Antes, esperaban recompensas temporales de los diferentes ídolos, pero ahora vivían en la esperanza de la salvación después de la muerte, gracias a la resurrección de Jesús.

El primer paso para un tan venturoso camino había consistido en acoger la palabra de la predicación en medio de muchas adversidades. También para nosotros el primer paso es invariablemente el mismo: estar atentos y receptivos a la llamada, a la invitación que Dios nos hace por medio de la palabra escrita en la Biblia. Esta nos llega ordinariamente por la predicación de los que han sido enviados y, a veces también, por una inspiración personal que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones. Esta llamada interior es más frecuente de lo que pensamos. En un segundo momento, y como consecuencia de la invitación, se ha de producir nuestra respuesta. El proceso debería ser natural: quien conoce el todo, abandona la parte; quien ha recibido el bien, se aleja del mal; aquel que ha conocido la verdad, sale espontáneamente del engaño; quien ha conocido a Dios, se libera de la opresión de los ídolos.

Con ello, viene el gran cambio práctico y moral, porque habiéndose convertido al Dios vivo, puede entender el primer mandamiento: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Ahora el Dios vivo conocido y amado ocupa el primer lugar en el pensamiento y en el corazón. En el primer lugar de todos los valores ponemos a Dios, y en el segundo, nuestra relación con el prójimo, de acuerdo con las palabras del segundo mandamiento: Amarás al prójimo como a ti mismo.

Referente al amor al otro, al prójimo, el libro del Éxodo nos ha hecho observar lo más urgente y necesario: la atención al desarraigado, al pobre, al marginado. Estas son las palabras del Éxodo: No oprimirás ni vejarás al forastero (…) N o explotarás a viudas ni a huérfanos (…) Si prestas dinero a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero. El mensaje es suficientemente claro: no te aproveches de la indefensión de los pobres, no les explotes cuando les vendas o les alquilas alguna cosa, no les hagas trabajar a bajo precio, no intentes enriquecerte a costa suya, porque el Señor tiene puesta la mirada en sus pobres y los defenderá a la hora del peligro.

Hoy, día del DOMUND (si cae en este domingo), nos acordamos de otros pobres: los que no han recibido el don de la fe. Es ésta una excelente ocasión para compartir nuestra inquietud evangelizadora con los misioneros. Ellos están en la vanguardia de esta tarea y nosotros, desde la retaguardia, les aseguramos el calor de nuestro afecto y los medios necesarios para hacer su trabajo. Sería inconcebible la tacañería de nuestra parte, tanto en recursos materiales como en comunión de oración y afecto, porque todos hemos recibido el encargo de evangelizar. Si necesitamos un pequeño empuje, recordemos la promesa de Jesús: Ni un vaso de agua dado en mi nombre, quedará sin recompensa. Hoy informamos con estas palabras (además de los carteles, folletos y sobres) y el próximo domingo haremos nuestra generosa aportación que será enviada a los misioneros de diferentes partes del mundo. Gracias.