Hermanos muy amados, en Jesús resucitado:
Ésta es una noche muy especial, la gran noche, y esta celebración es la más importante y significativa de la liturgia cristiana, la celebración por excelencia. En este tiempo poco generoso en buenas noticias, empleamos en profundidad esta noche santa para hacernos eco de LA GRAN NOTICIA: la que tuvo a unas mujeres por destinatarias directas, en aquella madrugada del Domingo. La noticia, traída por boca de ángeles, decía así: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado.
Nuestra atención, con la de los apóstoles, se concentra en las afueras de Jerusalén, a la vera del sepulcro de un condenado a muerte. Unas mujeres que habían ido, apenas amanecido, a embalsamar el difunto, afirmaron con rotundidad que habían recibido una comunicación celestial, según la cual, Jesús había resucitado, tal y como lo tenía presagiado a sus amigos, hacía algún tiempo. Si la noticia era cierta, todo lo que Jesús había dicho y hecho era verdad, y todos cuantos se han fiado de él no son seguidores de una doctrina consoladora y fantasiosa o de un libro de relatos fascinantes, sino de una persona que había existido realmente y que, con un carisma reconocido por sus contemporáneos, se había presentado como Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Ahora, pues, aquel Jesús a quien hemos conocido como fiel al amor hasta la muerte, vive para siempre, y en él y en su obra, Dios ha manifestado personalmente quien es él para nosotros: amor total y sin reserva alguna. Ahora sabemos para qué estamos en este mundo y a donde vamos, porque Jesús que es el modelo, la cabeza de la humanidad redimida y el primogénito de los hermanos, ha vivido el recorrido completo: de Dios a Dios; de la vida terrenal contingente, a la vida celestial trascendente.
En la celebración litúrgica de esta noche hemos repasado la preparación histórica del insospechado y divino hecho de salvación que estamos celebrando. Los libros históricos nos han presentado la creación del cosmos y del hombre, la elección de Abraham, nuestro padre en la f; la vocación y la conducción de un pueblo elegido, en quien se realizaría el plan salvador de Dios. En los profetas hemos escuchado palabras de esperanza y de estímulo, con que refrescaban la memoria del pueblo en cuanto a las promesas, como cuando anunciaban: Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará… Os daré un corazón nuevo…Os infundiré mi Espíritu…Os amaré con eterna misericordia y os colmaré de toda clase de bienes…Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios.
En el Nuevo Testamento hemos escuchado como, con voz exultante, se nos comunicaba el cumplimiento de las promesas. Todo lo que se había anunciado antes, se ha hecho realidad porque, pasadas las horas tenebrosas de la pasión de Jesús, la luz de la vida nueva irrumpe imparable y toma posesión de la escena entera.
Ésta, hermanos, es la más grande y sorprendente noticia de la Historia: Jesús, invisible, pero realmente presente como el Señor resucitado, nos acompaña esta noche y nos comunica plenamente su nueva vida. Nos iniciamos en ella por el Bautismo y nos conforta en el camino la celebración de la Eucaristía para que, en comunión con él, hagamos camino seguro hacia nuestra propia resurrección.