Domingo XXXIII del tiempo ordinario (C)

Hermanos muy amados, en el Señor:

Vivir con una cierta seguridad, prever el futuro, acumular algunos bienes materiales, es un comportamiento general que, hasta cierto punto, pertenece a la virtud de la prudencia, pero que, cuando se convierte en obsesión, parece como si la tal persona entendiera esta vida como definitiva y para siempre, y como si para ella la acumulación de bienes materiales fuese lo único por lo que vale la pena esforzarse y trabajar. A los cincuenta años me jubilaré, decía aquel que trabajaba día y noche, cuando le preguntaban por qué trabajaba de tal modo. Con lo que él no contaba ciertamente es que a los cincuenta y tres le sobrevendría la muerte.

El apóstol Pablo, en su carta a los de Tesalónica, les advierte de un comportamiento totalmente contrario al que hemos descrito antes. Para ellos el fin del mundo era inminente y, pendientes de aquella convicción, habían abandonado el trabajo diario, se entregaban a la vagancia y pasaban el tiempo en conversaciones inútiles, ocupándose en lo que no les importaba.

Desentenderse del cielo por afición desordenada a los bienes de la tierra conduce a la dureza de corazón, a la prepotencia y a la injusticia; convierte al hombre en insolente y dominador y le lleva a perder el gusto por la fe y las buenas costumbres. A ellos dice el profeta Malaquías: Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja y los quemaré el día que ha de venir y no quedará de ellos ni rama ni raíz, dice el Señor de los ejércitos.

Pero tampoco es buena actitud desentenderse de la tierra por el deseo y la esperanza del cielo. San Pablo lo dijo con toda claridad a los cristianos de Tesalónica. Les escribió: Ya sabéis como tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie.(…) El que no quiera trabajar, que no coma.

Buscar el equilibrio entre la vida presente de este mundo y la que esperamos conseguir cerca de Dios, en el otro, es el comportamiento correcto y el más ajustado a la verdad y a nuestro provecho. La vida presente es provisional y provisionalmente deberíamos vivirla. Es la vida que nos vale por ahora, y nos vale de verdad como el trayecto del peregrino que, aunque el recorrido peregrinante sea provisional, es vivido por él intensamente, paso a paso, suportando inclemencias, ahorrándose sufrimientos inútiles, ayudando a quienes peregrinan con él, manteniendo vivo el pensamiento y el deseo del término hacia el cual se dirige.

No es importante saber cuándo y cómo acabará nuestro peregrinaje para entrar en el reino de Dios. Cierto, sentimos curiosidad por conocer el porvenir, como los apóstoles cuando preguntaron a Jesús: Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal que todo eso está para suceder? Él les contestó: Cuidado con que nadie os engañe. Porque mucho vendrán usurpando mi nombre, diciendo: ‘Yo soy’, o bien: ‘El momento está cerca’; no vayáis tras ellos.

Lo que Jesús advierte a sus discípulos es que tendrán que pasar por la prueba y la persecución, cosa que será para ellos ocasión de dar testimonio. Sufrirán traiciones varias y algunos la muerte, serán odiados por su causa. Pero el Señor no les abandonará sino que les asistirá dándoles sabiduría y elocuencia. Y termina diciendo: Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.