Domingo XXII del tiempo ordinario (C)

Amados, en el Señor:

Hay dos maneras de perder la estimación y el respeto de los demás, incluso de hacerse rechazar hasta el punto de quedarse sin amigos ni personas que nos valoren: una es el engreimiento de valorarse a sí mismo más de lo debido, de compararse con los demás y encontrarse más inteligente, más fuerte, más atractivo; o también el hecho de buscar los primeros puestos, exigir un trato preferencial, hacerse escuchar especialmente, pretender tener la última palabra; como también hablar mucho de uno mismo, proclamar los propios éxitos, pretender hacerse el centro del grupo y, a veces, humillar a los que sobresalen, para que no le hagan sombra. La otra actitud que nos puede hacer perder relación y amistad sería la falsa humildad de restarse importancia, simulando desconocer sus virtudes, al tiempo que exageraría sus defectos.

Contrariamente a lo dicho, lo que nos puede hacer amables a los hombres y a Dios es la verdadera humildad, de acuerdo con la enseñanza del libro del Eclesiástico, que decía: En tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. La humildad verdadera, que es cuando reconocemos nuestros defectos y limitaciones reales asumiéndolos sin espavientos ni congojas, y cuando somos consciente de las propias cualidades, dando gracias a Dios por ellas y poniéndolas a disposición de los demás, entonces es fuente de amistad y de buenas relaciones, al tiempo que abre las puertas a la verdadera sabiduría: El sabio aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se alegrará. Subrayamos esta última expresión: el oído atento. Escuchar con atención es propio del humilde que vive abierto a la verdad y se alegra de oírla. Es la disposición más adecuada para el diálogo con los hombre y para la oración a Dios. La oración, resumidas cuentas, más que palabrería, es escucha atentamente en silencio.

La carta a los Hebreos nos ha recordado como por Jesús, humilde entre los humildes, hemos sido introducidos en el misterio pacífico y glorioso de Dios, en compañía de los ángeles y de todos los inscritos como ciudadanos del cielo. Perdidos entre la multitud de los salvados, humildes entre los humildes, somos enriquecidos con los dones celestiales y partícipes de la humilde realeza de Cristo; ya no nos acercamos a Dios con temor, como en el Sinaí, sino en la humilde confianza de hijos de Dios.

Jesús, que vivía en la humildad más sincera y saludable, fue convidado a casa de un fariseo (los fariseos no eran precisamente modelos de humildad), y lo aprovechó para darnos dos lecciones de humildad. La primera: No te sientes en el puesto principal…Al revés…vete a sentarte en el último puesto. Este consejo de Jesús es un ejemplo de una actitud de vida, según la cual sabemos dar la preferencia a los demás, somos capaces de ceder en la discusión, estamos dispuestos a cargar con la peor parte, nos conformamos con perder a favor de la justicia, la paz, la verdad o el bien común. La segunda lección es sobre la elección de los invitados: descartemos -nos recomienda- a los que sabemos nos van a recompensar. Tampoco se trata aquí de este hecho concreto, sino de la actitud interior de estar atentos a los necesitados, de saber vivir la gratuidad en nuestras obras y servicios, de aprender a dar sin recibir, de servir sin esperar nada a cambio.

El Adviento: caminamos hacia la alegría y la esperanza
d’Amic e Amat
El Adviento: caminamos hacia la alegría y la esperanza
Queridos diocesanos,
querida Iglesia de Urgell,

En las vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María caminamos hacia una humanidad que nos hace reencontrar el sentido de ser persona humana, como recordábamos la semana pasada, y todo esto
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