Domingo VI del tiempo ordinario (C)

Hermanos míos muy amados:

¿Hasta dónde nos podemos fiar de la ayuda humana? Toda ayuda humana puede compendiarse en aquella seguridad que nos consigue proporcionar la inteligencia de los hombres y su astucia: los descubrimientos deslumbrantes, el confort, los programas políticos, las estrategias comerciales que se ponen en práctica; la ciencia médica, la exploración del espacio, la previsión de los fenómenos naturales. Todo lo que abarca el considerable nivel de nuestra cultura y el espectacular avance técnico conseguido por el hombre de nuestros días.

En manera alguna hemos de negar, ni siquiera pasar por alto, que el elevado nivel de ciencia y técnica alcanzado aporte grandes ventajas para un horizonte de vida digno y hasta suntuoso y que, en si mismo, sea positivo. Pero, ¿hasta que punto es razonable y tan siquiera lícito depositar en él, ciegamente, nuestra confianza?

La respuesta la hallamos simple y llanamente en el profeta Jeremías. Lo escuchamos de nuevo: Así dice el Señor: ‘Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien’. He aquí la señal de alarma: apartar el corazón del Señor. Por el contrario: Bendito quien confía en el Señor y pone en él su confianza -continúa Jeremías- será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces.

En esta misma dirección, nos enseñan a encontrar la orientación verdadera y concreta las bienaventuranzas que hemos escuchado en el Evangelio, y que nos conducen por un proceso creciente de orientación de nuestra vida hacia Dios, diciéndonos: Felices los pobres, los que ahora pasan hambre, los que lloran, y los que ahora son calumniados y odiados. Felices porque ellos están dispuestos a fiarse de Dios. ¿Cómo se podrían fiar estos de los hombres si les niegan el pan y la sal y les amargan la vida; si les despojan de su buen nombre y ponen en entredicho su derecho a la vida? En semejantes circunstancias ¿qué podrían esperar de la ayuda humana? No, todo al contrario: aquella situación extrema los estimula felizmente -aunque con gran dolor- a fiarse plenamente tan solo de Dios. ¡Con qué fervor sale del corazón de los desahuciados de este mundo una oración como ésta: Señor, tú eres mi heredad. Ampárame como a un niño en el regazo de su madre; protégeme como la niña de tus ojos.

El fragmento del Evangelio de Lucas que hemos escuchado contiene también unas conmovedoras lamentaciones dirigidas a aquellos que no tienen ni tiempo ni libertad para acordarse de Dios y fiarse de él; a aquellos que emplean todo su tesón y sus fuerzas para confiar en el saber y el poder de los hombres y de si mismos. En efecto, acaba el Evangelio de hoy, diciendo: ¡Ay de vosotros, los ricos…Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos…Ay de vosotros los que ahora reís…Ay, cuando todo el mundo habla bien de vosotros!

Porque sucede una cosa muy grave: los que han decidido prescindir de Dios para fiarse unos de otros prometiéndose sostén y arrimo, y cada uno de si mismo, mutuamente se bloquean la salida y quedan prisioneros de las infinitas limitaciones humanas.

El Adviento: caminamos hacia la alegría y la esperanza
d’Amic e Amat
El Adviento: caminamos hacia la alegría y la esperanza
Queridos diocesanos,
querida Iglesia de Urgell,

En las vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María caminamos hacia una humanidad que nos hace reencontrar el sentido de ser persona humana, como recordábamos la semana pasada, y todo esto
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