Ascensión del Señor (C)

El labriego, mientras derrocha esfuerzo y sudor, y desembolsa dinero en semillas ,abono, regadío y peonadas, en el transcurso de todo el año, tiene en mente un claro objetivo y en el corazón el deseo y la esperanza de una excelente cosecha. Ni más ni menos cabe decir de cualquier empresa que uno tiene entre manos, así como de todos los proyectos individuales o colectivos. En todos estos supuestos preside la costosa tarea un vivo deseo de llegar más lejos, de conseguir plenamente el propósito, de sentirse recompensados y enriquecidos.

Hoy celebramos la Ascensión del Señor, que es la fiesta de su glorificación. Jesús ha conducido a buen término la empresa que le había sido confiada: se ha hecho presente entre los hombres solidarizándose con la historia humana y, al tiempo que anunciaba la Buena Nueva de la salvación, cargó sobre sus hombros la enfermedad y el pecado de los hombres. Tanto en su mensaje como en su vida ha quedado patente que la voluntad del Padre es la salvación del mundo; y después de su muerte y resurrección quedó superada la misma muerte y garantizada la resurrección para todos los que creen en él. Se habían cumplido, por tanto, las condiciones para ser glorificado a la derecha del Padre. Como cabeza de la nueva humanidad, él, el primero, es glorificado, como primicia de la salvación de todo el cuerpo: en primer término la comunidad de los creyentes, y potencialmente, toda la humanidad.

Mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Aquel pequeño grupo de incondicionales había recibido el encargo de ser testigos suyos en todo el país de los judíos, a Samaria y hasta los confines más lejanos de la tierra. Era una misión histórica y trascendental que estaba muy por encima de las posibilidades humanas de los elegidos; hecha posible, no obstante, con la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ellos, dentro de pocos días.

Por el don del Espíritu, los apóstoles tienen una comprensión profunda, porque les ha sido revelado el destino propio y el de todos los creyentes, ha sido iluminada la mirada interior de su corazón para que conozcan las riquezas de gloria que les tiene reservadas. Hermoso día también para nosotros, hermanos, cuando recordamos que el Señor hizo sentar en la gloria la débil naturaleza humana de Jesús, que es también nuestra naturaleza. Nada hay más halagüeño para el hombre que ver al Hombre-Jesús sentado a la derecha del Padre: La glorificación de la Cabeza es la esperanza de todo el cuerpo.

Y, mientras contemplamos la glorificación de Jesús con gran gozo y esperanza, entendemos que no concuerda con la Cabeza glorificada un cuerpo sumergido en las preocupaciones terrenales. Los verdaderos seguidores de Jesús aprenden a dar importancia relativa a las cosas de este mundo que pasa, de manera que, mientras se ocupan de todo con diligencia, no dejan que su corazón se encadene a nada; amándolo todo y a todos, se sienten libres de todo y de todos, como quienes se dirigen a un destino celestial y eterno. Nos corresponde vivir con plenitud la vida presente, pero como de camino y provisionalmente, para alcanzar un día las cosas celestiales, donde está nuestra patria definitiva, junto a Jesús, que está sentado a la derecha del Padre.