Hermanos en el Señor:
Si un mediodía, cuando el sol está en su cenit, miramos directamente el disco solar, su resplandor imponente nos deslumbrará hasta cegarnos. De semejante manera, si nos concentramos pensando en el misterio de Dios, nos quedamos en tiniebla pura. Dios es impensable, totalmente incognoscible. Es infinito, absoluto: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo…un solo Dios. Creemos que es así, porque nos ha sido revelado.
Hoy celebramos el día del Espíritu Santo, recordando cómo les fue dado a los apóstoles el día de Pentecostés. Lo leemos en el libro de los Hechos: Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras.
Con el don del Espíritu Santo aquellos hombres se sintieron transformados. Una gran luz interior les hizo entender, de una vez para siempre, el misterio de Jesús y su misión. Juntamente con la luz recibieron una fuerza imparable para anunciar el Mesías y su Evangelio a todo el mundo y a superar, en aquella misión, todos los obstáculos, hasta dar su propia vida.
El Espíritu Santo también está en nosotros, principalmente por el sacramento de la Confirmación y, gracias a él, somos enriquecidos con los dones del amor, el gozo, la paz, la bondad, la fidelidad, para poder creer en el misterio de Dios y de Jesucristo. Como nos ha dicho San Pablo: Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.
La sabiduría que nos comunica el Espíritu Santo no es una ciencia como la humana, para conocer las cosas analizándolas, sino un don más íntimo y delicado que nos ilumina para reconocer y encontrar a Dios en todas las cosas y en nosotros mismos, hasta descubrir el gusto y el consuelo de la presencia de Dios en el mundo, en nuestra vida y en la de los demás.
La fiesta de hoy nos convida y nos dispone a acercarnos a Jesús con una fe más viva y nos ayuda a recibir la comunicación del Espíritu, como en aquella ocasión lo hizo con los apóstoles: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo».
Con razón podríamos afirmar que la mejor disposición que podemos aportar en el día de hoy será un intenso deseo de que el Espíritu Santo se comunique con nosotros amorosamente. Para ello, apartemos los obstáculos que impedirían la comunicación, como podrían ser: la excesiva confianza en nosotros mismos, el temor a perder nuestra autonomía si el Espíritu habita en nosotros, la preocupación desproporcionada por los bienes materiales o la fascinación por las satisfacciones sensibles inmediatas. Hagamos nuestro el espíritu de los cantos litúrgicos que expresan el deseo de abrir de par en par el corazón, sin miedo alguno, para que venga a nosotros el Espíritu de Jesús.