Domingo XXVIII del tiempo ordinario (B)

Amigos en el amor del Señor:

El tema de hoy, de acuerdo con el contenido principal de las lecturas, nos lleva a reflexionar sobre la sabiduría o, con otras palabras, la prudencia del corazón; la que no tiene nada que ver con la ciencia humana o la cultura académica que se aprende en las universidades y otros centros de destacados estudios. La ciencia académica es básicamente racionalista, porque se sirve casi exclusivamente de la razón y del análisis empírico de las cosas y de los hechos materiales; mientras que la sabiduría del corazón es fruto de la participación del ser humano completo: desde la razón especulativa hasta los conocimientos sensitivos, pasando por los sentimientos y los afectos del corazón. Una cosa es analizar una situación con la fría razón, y otra bien diferente consentir que tomen parte en el proceso tanto el corazón como los sentimientos. Muchas veces, el corazón tiene razones que la cabeza no entiende.

Definiríamos la sabiduría como un estado de lucidez que nos permite adquirir conciencia clara de nuestra situación real, aquí y ahora, en el concierto harmonioso de la creación, que nos ilumina el contexto personal en cada momento, nos ayuda a descubrir el sentido oculto de las vivencias más extrañas y nos otorga distinguir claramente los bienes esenciales favorables a nuestra libertad interior, de aquellos otros que son engañosos y nos amarran a la esclavitud.

Por tanto, adquirir la sabiduría del corazón es apropiarnos del tesoro más grande a qué podemos aspirar. Ella a nada puede ser comparada: ni a la salud, ni a la hermosura ni, mucho menos todavía, a todo el oro y las demás riquezas del mundo, porque: Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables, nos ha dicho el libro de la Sabiduría.

¿Cómo podríamos conseguir el tesoro inmenso de esta sabiduría? nos preguntaremos. La respuesta es sencilla: existe una única Fuente de donde mana, que es la Sabiduría infinita, es decir, Dios, y a él debemos acudir si queremos beber de esa agua, como lo hace el autor del libro sagrado, que dice: Supliqué, y se me concedió la prudencia, invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. Así que, el libro de la palabra de Dios contiene aquella sabiduría, y los que celebramos nuestra fe unidos en comunidad todos los domingos, tenemos la oportunidad de escucharla atentamente, devotamente con espíritu de oración y, escuchando con las mencionadas disposiciones la voz de la sabiduría, se obrará en nosotros el milagro, porque: La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu (…) Juzga los deseos e intenciones del corazón. Así lo escribe la carta a los Hebreos.

El evangelio de hoy, por ejemplo, esclarece la situación de aquel joven, cuando pregunta a Jesús: ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Este fragmento del evangelio contiene una lección magistral de sabiduría para evaluar la importancia de los bienes temporales, respecto de nuestra felicidad presente y de nuestra situación definitiva en el más allá de este mundo: a los bienes de este mundo se les ha de otorgar el último lugar en la escala de valores, hasta estar dispuestos a abandonarlos totalmente, si los comparamos con la libertad de la pobreza y la felicidad incomparable del seguimiento de Jesús.