Domingo V de Pascua (B)

Hermanos míos:

Buscar a Dios es la aventura más colosal que el hombre haya intentado jamás; la más universal y persistente. Con este intento se han desbrozado todos los caminos y ensayado infinidad de métodos. La variedad de religiones es una muestra evidente del gigantesco esfuerzo para encontrar un camino de acceso a Dios.

Pero Dios es totalmente Otro: es el Ser, el Eterno, el Infinito; es el Ser no material fuera del tiempo y del espacio. Por lo cual, el hombre -material, temporal y limitado- no tiene en sí mismo ni capacidad ni medios para acceder a Dios. Con todo, su destino natural es Dios y jamás podrá ahogar del todo la conciencia de necesidad de Dios.

Ha de existir, por tanto, un camino de acceso a Dios. Si el hombre no puede ir Dios, Dios sí puede hacerse presente al hombre; y lo ha hecho dándose a conocer, comunicándose: es lo que entendemos por Revelación. La Biblia no es más que la historia de la comunicación de Dios al hombre por de la palabra y la interpretación de hechos históricos. Es la Historia de la salvación, es decir: todo lo que Dios ha hecho y hace todavía para la salvación de la humanidad.

El acercamiento de Dios a la humanidad ha tenido lugar siempre valiéndose de personas disponibles, capaces de reconocer y aceptar la revelación, de acogerla y comunicarla. En el Antiguo Testamento sobresalen grandes figuras que, progresivamente, acogen y transmiten la revelación de Dios. Recordemos solamente a Abraham, Moisés y los Profetas, que marcan tres etapas pletóricas de la protección de Dios a favor del pueblo.

El Antiguo Testamento, con todo, no pasó de ser preparación para el gran acontecimiento que tendría lugar con la venida del Mesías, en los nuevos tiempos. En Jesús de Nazaret Dios se manifestó plenamente y se hizo presente entre nosotros de una manera definitiva, porque Jesús es el rostro visible del Padre. En él habita la plenitud de la divinidad, que ha venido a buscar al hombre.

En el evangelio de hoy Jesús ha dicho: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca. Dicho de otra manera: no tenemos camino alternativo para acercarnos a Dios, fuera de Jesús.

Por la resurrección se hizo realidad aquella promesa. Por el bautismo y por la fe y la esperanza somos incorporados a la vida, muerte y resurrección de Jesús; proceso que nos lleva directamente a Dios. El hombre se salva únicamente por Jesús y con él.

De ahí que, nuestro esfuerzo actual se centra en parecernos lo más posible a Jesús, amándonos unos a otros, cuidando mucho de que nuestro amor no quede en frases y palabras, sino que sea de verdad y se convierta en obra. Así se edifica la Iglesia y vive constantemente a la presencia de Dios, como pueblo santo que camina hacia la casa del Padre por la ancha avenida de la esperanza.