Hermanos y amigos:
El tiempo de Navidad, que hemos celebrado gozosamente, acogiendo en el interior la gran noticia de que Dios ha aparecido entre nosotros y ha plantado su tienda al lado de la nuestra, ha llegado a su fin. Hoy, dejando con tierna añoranza la consideración de la infancia de Jesús, dirigimos nuestra atención al Jesús adulto, cuando se prepara para dar comienzo a su misión pública, que será Palabra y vida; y nos disponemos a escucharle y seguirle para aprender a pensar como él y a vivir a su estilo; y así, tener acceso a la salvación que Dios ha preparado por su medio. El inicio de la misión de Jesús tuvo lugar en el río Jordán, cuando, confundido con la gente, se hizo bautizar por Juan.
Hemos escuchado el grito de Isaías invitando en nombre de Dios a los sedientos a venir al agua: Los sedientos de bienes superiores son invitados a la fuente sobrenatural que nos viene por Jesús y se ofrece a todos sin dinero, gratuitamente. Nos invita el Señor a estar alerta, a no malgastar nuestros talentos, energías y esfuerzos en lo que no alimenta ni da hartura. Comprendemos que el profeta, con este lenguaje, se refiere a la desazón que nos desgasta y empobrece, cuando andamos detrás de las cosas y nos proponemos como objetivo satisfacer el ansia de lo sensible y terrenal.
Mucho nos conviene prestar atención a aquellas palabras de Isaías: Escuchad atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. O a aquellas otras: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca. Si hacemos la opción por atender con diligencia al Señor en la escucha de su palabra y voluntad de seguirla, se cumplirá en nosotros la promesa dada: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar…así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo. Es decir, seremos transformados por la palabra y la gracia de Jesús, como lo es la tierra por el agua y la nieve.
La carta de San Juan, de forma más explícita, no invita a hacer acto de fe en la persona de Jesús, diciendo: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de nuevo. Entendiéndose por ello que, por la fe, somos una nueva criatura con un destino y unos poderes sobrenaturales, pues: todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Entendiendo por mundo el mal que hay en él y en nosotros.
La escena del evangelio viene a ser el testimonio divino del mesianismo de Jesús: El Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: Éste es mi Hijo, el amado el predilecto. Con aquel mensaje comprendemos que el testimonio del Padre y del Espíritu Santo es a favor del Hijo, en el cual nosotros hemos creído y a quien amamos.
A partir de ahora, la Liturgia dominical nos ofrecerá, como por capítulos, la Buena Nueva de salvación que Jesús proclamó, con su vida y palabra, cumpliendo su misión en los tres años de su vida pública, y nosotros procuremos convertirnos en fieles y diligentes discípulos, para entrar de lleno en el Reino de Dios proclamado por él.