- Saluda cada día con optimismo y esperanza. Saborea “amaneceres nuevos” que anuncian jornadas luminosas.
- Incluye a Dios en tu agenda dedicándole unos minutos, si es posible, allí donde Él se encuentra, en cada sagrario de la tierra. Participa en la Misa dominical.
- No olvides la lectura de un buen libro. Para amar, liderar, sanar y crear, primero has de alimentarte.
- Procura ejercer el “ministerio de la escucha”: saber escuchar a tantas personas que necesitan hablar, contarnos sus problemas y mostrarnos sus heridas.
- Busca los mejores paisajes, sobre todo aquellos en los que reine el silencio, para dialogar con tu propio corazón.
- Visita algún monasterio o convento de vida contemplativa. Los monjes y monjas de clausura son hoy los principales “buscadores de Dios”.
- Dedica más tiempo, y el mejor, a tu familia, a los hijos que están en edad de formación, para que encuentren en las vacaciones espacios de luz y encuentros enriquecedores de humanidad.
- Toma nota de algún “descubrimiento” que enriquezca tu mente y tu vida. Podemos pasarnos años sin vivir realmente y, de repente, toda nuestra vida concentrarse en un solo instante.
- Recuerda a tu prójimo más necesitado. Y no pases de largo si puedes ayudarle o animarle.
- No dejes de visitar algún santuario mariano, para contemplar el “sí” de María, Madre de Dios y Madre nuestra. Alguien dijo de la Virgen María que, con su “sí”, se convirtió en un “sueño hecho realidad” de Dios.
