Vivir la Cuaresma en días de pandemia reclama acompañar espiritualmente al Señor en sus sufrimientos, pues los está padeciendo en sus hermanos, que debemos acoger nosotros, como hermanos nuestros. Debemos ser sensibles a los sufrimientos sanitarios y materiales, psicológicos, espirituales y sociales que inflige la pandemia a la humanidad, y especialmente a los que amamos y a los que tenemos cerca. En su Mensaje para la Cuaresma, el Papa Francisco comenta que Jesús, en el anuncio a sus discípulos de su pasión, muerte y resurrección, para cumplir con la voluntad del Padre (Mt 20,17-19), les revela el sentido profundo de su Misterio pascual, y les pide asociarse a él, para salvar el mundo.
Acompañemos a Jesús en sus sufrimientos, Él que “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2,8). Acompañar e identificarse con el Señor, pues hoy Jesús Crucificado continúa sufriendo en las víctimas del Covid-19 y en tantas otras pandemias, y, Resucitado, continúa venciendo por la esperanza que infunde a los que se entregan por amor a los hermanos.
Nos ayudará el profundizar en el hecho de que Jesús sufrió de muchas maneras y a lo largo de toda su vida. Vivió las dificultades de un pobre que “no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). Sufrió las tentaciones y las dudas humanas. Tuvo que decidir y buscar, sin que todo estuviese claro. Aprendió con sufrimientos a obedecer. Y padeció la soledad, la incomunicación y la incomprensión de los que le rodeaban. Él iba más allá, pero ellos no seguían: “Ningún profeta es bien recibido en su tierra” (Lc 4,24). Tuvo que huir, le ponían trampas. Fue mal visto por las autoridades. Le traicionaron por dinero (Lc 22,1-16). Y fue injustamente condenado, torturado y clavado en la Cruz. Todos le abandonaron y aparentemente fracasó. La pasión de Cristo desvela todos los sufrimientos espirituales, morales y físicos del Señor y de la humanidad.
Pero ¿cómo vivió el sufrimiento Jesús, para que le imitemos? Con interioridad y paz. Con una única y gran intimidad con el Padre: “Padre, yo sé que Tú me escuchas siempre” (Jn 11,42). En silencio activo. Son notables sus silencios como en la pasión de Marcos, en la que siempre está callado; no contesta ni se defiende. Y con solidaridad hacia los que sufren y los pecadores. Él carga sobre sí el pecado de todos: “Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Sufre con sentido, pues da valor redentor al sufrimiento y a la cruz. Su vida y su sufrimiento es un sacrificio agradable al Padre. Está salvando el mundo. Sobre todo, con un gran amor. Es en las dificultades cuando el amor se manifiesta más: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Podemos asumir nuestros propios sufrimientos, que son parte importante de nuestra vida, y vivirlos como un sacrificio que podemos ofrecer, en los que podemos “gloriarnos” (S. Pablo). Acompañar con amor a los que sufren cerca de nosotros, luchando por aminorar sus sufrimientos y acompañándolos con ternura y valentía, con las fuerzas que Dios nos dará. Como el Cireneo ayudó a Jesús (Lc 23,26). Y acompañar al Señor, aprendiendo de la mano de la Virgen María, Madre dolorosa, fuerte y silenciosa al pie de la Cruz, perseverante, llena de fe y de confianza en la Resurrección.
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