Domingo XXIX del tiempo ordinario (B)

Amados hermanos:

Seguramente que, al escuchar el evangelio, hemos seguido con atención y curiosidad el diálogo entre Jesús y los hermanos Santiago y Juan. Era de este talante:

-Los hermanos: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
-Jesús: ¿Qué queréis que haga con vosotros?
-Los hermanos: Concédenos sentarnos a tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
-Jesús: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
-Los hermanos: Lo somos.
-Jesús: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, (…) pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

Miremos de entender el sentido de este diálogo. Los dos hermanos piden triunfar, tener honores y poder, ser glorificados con Jesús. Jesús les instruye diciendo que sí, que bien; mas aquella decisión debemos dejarla en manos de Dios Padre; pero, que es erróneo querer compartir con él exclusivamente los resultados placenteros sin, primero, acompañarle en los trabajos y dificultades constantes en la tarea de construir un mundo mejor, el Reino de Dios entre los hombres. Sería como querer participar de la cosecha sin compartir la fatiga de la siembra, el cultivo y la recolección.

Para edificar el Reino de Dios, él se ha hecho el siervo fiel hasta ser triturado por el sufrimiento y hasta dar la vida para expiar las culpas. Por los trabajos de su alma -dice Isaías- verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a mucho, porque cargó con los crímenes de ellos.

La postura cómoda y egoísta de buscar el bienestar, el poder, las influencias y los privilegios conduce a malos resultados, como son: disponer de los súbditos como si uno fuera su amo, mantener a los demás debajo de su despotismo y de sus caprichos, y olvidarse de los huérfanos de suerte y fortuna; actitudes éstas que conducen a la propia frustración y a la justa pérdida de los primeros lugares tan vivamente deseados, según reza aquella prudente sentencia del Señor: Los primeros serán los últimos, y también aquel otro aviso para llegar a buen destino: El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

Para nuestro provecho espiritual fundado en el ejemplo del Señor Jesús, debemos fijar nuestra atención en su trayectoria completa: desde la pobreza de solemnidad en la cueva hasta el triunfo de su resurrección gloriosa, pasando por las persecuciones de sus opositores, el rechazo inexplicable del pueblo a última hora, el cansancio producido por su predicación itinerante y las largas horas de receso, durante las noches, pasadas en oración para comunicarse afectuosamente con el Padre. Cristiano quiere decir seguidor de Jesucristo, imitador de su actitud profunda de amor y servicio a Dios y a los hombres por la fe y la esperanza. Es el proceso a seguir para sentarnos a su derecha o a su izquierda en el Reino de Dios.