Domingo XIX del tiempo ordinario (B)

Hermanos en el Señor:

En aquella ocasión, los judíos no entendieron a Jesús cuando les dijo que él era el pan bajado del cielo. No pudieron, o no quisieron entender que Jesús les hablaba en sentido figurado.

En el lenguaje común, se utiliza muchas veces un sentido figurado del pan, como cuando decimos: ganar el pan o quitarle a uno el pan de la boca. En casos como estos todo el mundo entiende que el pan significa el sustento corporal, los medios necesarios para una vida digna.

Jesús ya les había hablado otras veces en el mismo sentido alegórico, como cuando dijo: Yo soy la puerta de las ovejas…Yo soy el camino…Yo soy la vida. Estas expresiones significan que Jesús es indispensable para nosotros, que Dios lo ha puesto en nuestras vidas para conducirnos al destino, y que no tenemos otro nombre bajo el cielo por el que podamos ser salvos.

Pero, entre todos, el simbolismo del pan es el más pletórico de sentido, porque, en la última cena instituyó el pan como signo visible de su presencia real, diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros; y añadió: Haced esto en conmemoración mía.

Cuando, pues, los cristianos repetimos la última cena en la Misa, tomamos conciencia de esta gran y misteriosa realidad: Jesús resucitado y glorificado se encuentra realmente entre nosotros dándonos fuerza, desvelándonos el sentido de nuestras vidas y renovando nuestra esperanza en la futura gloria que nos tiene preparada. Con su presencia real nos ayuda a vivir comunitariamente la fe y a caminar como pueblo de salvados. Y, cuando en la comunión comemos el pan de la Eucaristía, Jesús se une personalmente a cada fiel, compartiendo sus anhelos y luchas diarias, nutriendo vigorosamente su vida interior y dándole fuerzas para creer, amar, servir y esperar sin desfallecer.

Mas, para que la presencia de Jesús en nosotros por la Misa y la comunión produzcan los frutos esperados, comprendemos que es indispensable nuestra correspondencia. Si Jesús está presente, también nosotros debemos estarlo; es decir: hemos de ser conscientes de lo que pasa, estar atentos a lo que hacemos y a su significado y corresponder con nuestro amor y la donación personal. Si Jesús se nos da, también nosotros debemos darnos a él; de lo contrario sería un gesto mecánico sin sentido y, probablemente, sin ningún provecho.

Los signos , si no se interpretan, no sirven de nada. Por ejemplo: si el conductor no sabe o no quiere interpretar y seguir las señales de circulación, de nada servirían y las consecuencias podrían ser fatales.

Aquél que interpreta bien y corresponde a los signos de la Misa y la Comunión vivirá una real y verdadera unión con Cristo, según se deduce de sus mismas palabras: El que como de este pan vivirá para siempre.

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d’Amic i Amat
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