Domingo VII del tiempo ordinario (B)

Amados hermanos:

El pecado es una desviación que altera y desbarata la dirección del viaje que nos debe conducir al destino, a la realización personal plena, cambiándolo fraudulentamente por otro destino que desemboca en la nada, en la frustración. El destino natural de toda persona no puede ser otro que Dios, porque él es también nuestro origen; razón por la cual, el pecado, aunque nos perjudica únicamente a nosotros, se refiere también de alguna manera a Dios en tanto en cuanto, por el pecado, el hombre, intentando construir su propio proyecto, rechaza el proyecto de Dios sobre él.

En este sentido, el pecado es ofensa de Dios y, hablando metafóricamente y conforme a nuestra manera de ver las cosas, le causa molestia y pesadumbre. En algunas ocasiones, la intención del pecador puede ser un intento de dañar a Dios, como sería el caso de la blasfemia consciente y voluntaria. El profeta Isaías cree que esto es lo que ocurre con el pueblo de Israel, cundo dice en nombre de Dios: Me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas.

Con todo, el pecado perjudica solamente al hombre; porque él, que puede pecar sólo, no tiene capacidad para convertirse con sus propias fuerzas; puede iniciar el camino del absurdo en solitario, pero no puede darse cuenta cabal del error, y cambiar de dirección sin ayuda; puede dañarse voluntariamente, pero no puede curar sus propias heridas. El camino del pecado es cosa del hombre, mientras que el de la salud es propio de Dios.

El designio de Dios es la salvación universal. Él empezó la obra buena y él la lleva a término. Por el mismo Isaías nos tiene dicho: Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados. Pero, para tener acceso al perdón generoso de Dios, debemos aportar de una manera u otra nuestra personal colaboración, volviendo hacia el Señor nuestra mirada interior y haciendo nuestra la oración del salmista: Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.

Pero, aquella oración sale del alma cuando el pecador se ha parado a pensar y se ha dado cuenta de que ha de cultivar una disposición de retorno, como la que tuvo el hijo pródigo, porque su camino de ahora no conduce a ninguna parte. Echando mano de otra comparación, es condición previa para la salud del enfermo haber descubierto la enfermedad, buscar el diagnóstico y desear ardientemente la salud, como es el caso del evangelio de hoy.

En Jesús, Dios se hacho más cercano a los pecadores, porque lo ha constituido mediador del perdón, como se ha dicho en el evangelio de hoy: Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: » Hijo, tus pecados quedan perdonados.» Y añadió: Para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados.

Con el sacramento del Bautismo, el del Perdón y la Unción de los enfermos, Jesús pasa a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. El riesgo del mal y del pecado estará presente toda nuestra vida y, una y otra vez necesitaremos el perdón de Dios y lo podremos conseguir acercándonos a los sacramentos del perdón.