El año jubilar tiempo de esperanza (1)

Hemos iniciado el Año Jubilar dedicado a la esperanza, un don precioso que Dios ha plantado en su Iglesia y en el mundo, y en el corazón de cada uno de nosotros. El Papa Francisco ha declarado «que el Jubileo debe ser para todos una ocasión para reavivar la esperanza», así como una ocasión para la alegría y la renovación, un llamamiento a dejar atrás los miedos y las incertidumbres para abrazar la luz de Cristo que nos guía hacia un futuro lleno de promesas. La esperanza no es un sentimiento pasajero ni una ilusión humana. Es una virtud teologal, arraigada en la fe en Dios. Como nos recuerda S. Pablo en su carta a los Romanos: “La esperanza no defrauda, ​​porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (5,5). Esta esperanza nos sostiene en las adversidades y nos da fuerza para seguir caminando, ya que sabemos que no andamos solos. Dios anda con nosotros.

Los jubileos, en la tradición de la Iglesia, son tiempos especiales de perdón, reconciliación y renovación espiritual. Este Año Jubilar de la Esperanza nos invita a reflexionar sobre la promesa de salvación que Dios nos hace y renovar nuestro compromiso de vivir como testigos de la esperanza cristiana. Es un tiempo para abrir el corazón a los demás, especialmente a quienes viven en la oscuridad de la desesperanza: los enfermos, los pobres, quienes sufren soledad o alguna pérdida. Que este año jubilar sea un camino de proximidad y de amor, para llevar consuelo y esperanza a quien más lo necesita.

La esperanza cristiana es transformadora no es pasiva; no es pensar que Dios resolverá ya nuestros problemas mientras nos quedamos quietos. Es necesario que sea una esperanza activa, que nos mueva a ser protagonistas del cambio, colaboradores del Reino de Dios que llega, aquí y ahora. Como dice el Papa Francisco: «La esperanza no nos hace nunca inmovilistas, sino que nos empuja a caminar». Jesús nos invita a confiar en el amor providencial del Padre. Nos dice: “No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el Reino” (Lc 12,32). Ésta es nuestra esperanza: saber que somos hijos e hijas queridos de Dios y que el Reino de Dios ya está entre nosotros.

En este año jubilar, estamos llamados a ser testigos de la luz, portadores de esperanza en nuestro mundo herido por la incertidumbre, las violencias y la división. Nuestra esperanza no es sólo para nosotros, sino para compartirla. Llamados a ser luz en medio de las tinieblas, sal de la tierra y fermento en la masa. Que nuestros actos hablen más fuerte que nuestras palabras. Que nuestra vida refleje la esperanza que proclamamos. En nuestros gestos sencillos de amor y servicio, llevamos la luz de Cristo al mundo.

Los grandes santos y los «de la puerta de al lado» nos son modelos de la esperanza que estamos llamados a hacer posible, porque se abandonaron en manos de Dios e hicieron fructificar los talentos recibidos. Miremos a la Virgen María, que es Madre de esperanza, porque dijo «sí» al plan de Dios, con confianza plena y abandono, y nos llevará a ser más fieles a Cristo. Ella es nuestro modelo y guía. Que María nos ayude a vivir este Año Jubilar con los ojos puestos en Cristo y el corazón lleno de esperanza, haciendo lo que Él nos diga. Y dejemos que la esperanza renueve nuestras vidas, ilumine nuestros caminos y nos haga testigos fieles del amor de Dios.

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