Vivimos en un mundo herido que afronta grandes desafíos: conflictos armados, crisis climática, desigualdades económicas y sociales, y un creciente sentimiento de desconexión espiritual y fuerte individualismo. En este contexto cultural, la esperanza cristiana se presenta como un antídoto frente al desánimo y la desesperación. Es la fuerza que sostiene a los creyentes a la hora de enfrentarse a las injusticias y al sufrimiento, sabiendo que Dios está actuando en la historia. El Jubileo de 2025 es una oportunidad única para la comunidad cristiana de renovar su fe, profundizar en sus compromisos y revivir con intensidad la esperanza cristiana. Porque la esperanza cristiana no es una idea abstracta ni un simple deseo de mejores tiempos, sino una virtud teologal arraigada en la fe y el amor. Es la confianza en las promesas de Dios, especialmente en la promesa de la resurrección y la vida eterna con Cristo, que da sentido al caminar y al sufrir. Esta esperanza se basa en un hecho histórico central: la resurrección de Jesús. Para los cristianos, la resurrección no es sólo un acontecimiento pasado, sino una realidad viva que transforma la vida presente y apunta hacia el futuro glorioso de todos, en Cristo. Es la certeza de que, a pesar de las dificultades del presente, el plan de Dios para la humanidad es un plan de salvación y vida plena.
El Jubileo de 2025 nos invita a dejar atrás la desesperanza y el pesimismo, para confiar en la bondad de Dios, que nunca abandona a sus hijos. La verdadera conversión es el retorno a la confianza radical en el Dios que salva. Así, la esperanza no es una actitud pasiva, sino un compromiso activo con la fe. En palabras del papa Francisco, «la esperanza cristiana no es una utopía, sino una promesa que se fundamenta en la fidelidad de Dios».
La Iglesia, en este Jubileo de 2025, tiene la misión de proclamar con fuerza que la esperanza no es una evasión de la realidad, sino una respuesta concreta ante los males del mundo. Los cristianos estamos llamados a «ser testigos de esperanza», con acciones concretas de solidaridad, justicia y paz. La construcción de un mundo más fraterno y justo se convierte en una manifestación de la esperanza viva, que se apoya en la promesa del Reino de Dios.
El Jubileo, que se ha convocado bajo el lema «Peregrinos de esperanza», es una oportunidad para redescubrir esta dimensión de liberación y perdón. Tiempo para reconocer que la esperanza no es sólo individual, sino comunitaria. Toda la Iglesia se pone en camino, unida en la oración y la acción, para testimoniar ante el mundo que la esperanza en Cristo es la auténtica fuente de vida.
La esperanza cristiana tiene su culminación en la promesa de la vida eterna. El Jubileo es un recordatorio de que la vida terrenal es un camino, una peregrinación hacia la plenitud de la vida con Dios. La vida eterna es una realidad que ya comienza aquí y ahora, en la comunión con Cristo y con los demás. Esta esperanza en la vida eterna da sentido a nuestras acciones presentes, nos invita a vivir con un sentido profundo de responsabilidad y amor hacia el prójimo, sabiendo que cada acción, por pequeña que sea, tiene un valor eterno. La esperanza transforma el corazón y el mundo, y nos impulsa a vivir con alegría, sabiendo que nuestro destino final es la comunión plena con Dios.