«La esperanza no puede defraudar» (y 2)

En el Año Jubilar 2025 estamos llamados a redescubrir la esperanza en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, «la Iglesia tiene permanentemente el deber de escrutar los signos de los tiempos y de interpretarlos bajo la luz del Evangelio, de modo que, de forma adecuada a cada generación, pueda responder a los interrogantes perennes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y de la futura, y sobre la relación de una con otra» (GS 4). Por eso, el Papa Francisco en su Bula de convocatoria del Jubileo, remarca que es necesario prestar atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano hacia a la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza.

El Papa señala muchos campos en los que necesitamos sembrar esperanza: La paz para el mundo, ahora que nos encontramos sumergidos en la tragedia de la guerra; una visión de la vida más llena de entusiasmo contagioso a los demás; la propuesta de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica; el trabajo por los niños y la natalidad; esperanza para quienes viven en condiciones de penuria; los enfermos que están en casa o en el hospital; los jóvenes, para que sus sueños no se derrumben; los migrantes, que buscan una vida mejor para ellos y sus familias; los ancianos, que a menudo experimentan soledad y abandono; y esperanza para los millones de pobres, que a menudo no tienen lo más necesario para vivir; y propone que las naciones más ricas puedan condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas.

La esperanza, junto a la fe y la caridad, forman el tríptico de las “virtudes teologales”, que expresan la esencia de la vida cristiana. En su inseparable dinamismo, la esperanza es la que señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana. Mientras nos acercamos al Jubileo caracterizado por la esperanza, volvamos a la Sda. Escritura y sintamos que la esperanza que poseemos es ancla segura y firme de nuestra vida, que penetra más allá de la cortina del lugar santísimo. Allí, como precursor nuestro, ha entrado Jesús (cf. He 6,18-20). Es una invitación a no perder nunca la esperanza que nos ha sido dada, a abrazarla encontrando refugio en Dios. El ancla indica la estabilidad y la seguridad que poseemos, incluso en medio de las aguas agitadas de la vida, si nos encomendamos al Señor. Las tormentas nunca podrán prevalecer. La esperanza de la gracia nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Esta esperanza, nos transporta más allá de las pruebas y nos exhorta a caminar sin perder de vista la grandeza de la meta a la que hemos sido llamados, la vida para siempre.

El próximo Jubileo, por tanto, será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no desfallece, la esperanza en Dios. Que también nos ayude a reencontrar la confianza necesaria en la Iglesia como en la sociedad, en las relaciones interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación. Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de esperanza genuina, anuncio del cielo nuevo y la tierra nueva donde more la justicia y la concordia entre los pueblos, según la promesa del Señor.

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