¿Y si fuera posible recomenzar? ¿Rehacer los caminos equivocados y volver a nacer? Y si esto que nos parece imposible a los hombres, ¿fuera posible para Dios?
¡Llega el tiempo del Adviento! ¡El tiempo de la esperanza! La frágil y pequeña virtud que renace cada mañana y nos mantiene vivos, gozosos y en vela.
El Señor que vino humilde y pobre en el pesebre de Belén, el Señor que volverá glorioso a juzgar a vivos y muertos y a inaugurar su Reino de gloria, ese mismo Señor ahora quiere llegar a tu corazón, a tu vida, y cambiarla. Y quiere hacerte testigo de esa venida con tus pobres palabras y tu débil poder. ¡Pero es que Él todo lo puede! ¿Lo crees?
¡Viene el Señor! Abramos las puertas de par en par, ya que nos regala el rocío de su salvación. Tú puedes ser otro. Fíate de Él y déjale entrar en tus estancias secretas, no le escondas nada, “encomienda tu camino al Señor, confía en Él, y Él actuará” (Sal 36,5). Él ya te conoce y quiere perdonarte… Encontrarás el camino de la felicidad más auténtica, la que calma la sed de amor infinito y verdadero que hay en ti, en cada persona, en todo el mundo…
Adviento es el gran tiempo de la esperanza, el tiempo de recomenzar. No está ya todo dicho y hecho en nuestras vidas. No debemos rendirnos a la esclavitud de tener que ser como éramos o como los demás creen que somos… Podemos ser, con la ayuda del Señor, tal y como Él nos ha querido y nos quiere: ¡hijos suyos! Podemos mejorar, cambiar, convertirnos, recomenzar… porque la Luz llega, y quien la recibe quedará totalmente iluminado. Déjala penetrar en ti e irrádiala a quienes te rodean. Empieza a creer y a caminar en la dirección de lo que esperas. Esto es la esperanza.
Cristo viene para quedarse a compartir nuestras vidas. Cada Eucaristía es su venida humilde y llena de la Vida y el Amor que todo lo transforman. Por eso cada Eucaristía nos hace el don de la esperanza.
Preparando la Navidad, el profeta Isaías nos hace escuchar las grandes profecías de lo que Dios quiere realizar si lo dejamos actuar y lo acogemos con corazón de niños renacidos. Juan el Bautista nos recuerda que es necesario abrir rutas en medio de los desiertos de las existencias grises y perdidas que llevamos, para que Dios pueda llegar a todos, especialmente a los más destrozados y empobrecidos, a quienes sufren las guerras y las violencias. Y sobre todo la Virgen María Inmaculada, con su humilde esposo S. José, nos indican que sólo los limpios de corazón verán a Dios, y nos animan a darlo todo a Jesús, sin condiciones.
Seamos personas de paz y de esperanza, y sembremos la confianza a nuestro alrededor. En el mundo que nos toca vivir, ésta es la gran aportación de los cristianos. Una esperanza llena de amor a Jesús.
¡Gozoso Adviento!