El pasado día 28 de septiembre, cercana ya la inauguración del Sínodo, y tal como nos había pedido el Santo Padre, presidí una eucaristía en el Santuario de la Virgen de Arboló, patrona de los Pallars, donde con sentido de Iglesia diocesana, todos rogamos unidos por el Sínodo. Los reunidos en el Santuario le pedimos al Espíritu Santo “que nos enseñe el camino, que no perdamos el rumbo puesto que somos personas débiles y pecadoras; que no permita que caminemos por falsos caminos, sino que nos conceda el don del discernimiento, y nos conduzca a todos los cristianos a la unidad en Dios, porque no nos desviemos del camino de la verdad y la justicia”.
Hace un mes, el Cardenal Mario Grech, Secretario general del Sínodo, pidió a los Obispos de todo el mundo que perseveráramos en la oración por el Sínodo que se está celebrando en Roma. Y así os lo transmito. Debemos pedir que la presencia viva y operante del Espíritu haga de la Iglesia un lugar de vida en el que todos los hombres y mujeres que esperan encontrar un sentido a la vida, encuentren lugar, palabra, y aliento de esperanza. Igualmente intercedamos por los obispos y todos los participantes en la Asamblea sinodal, para que desde la escucha del Espíritu Santo, surjan propuestas, a fin de que todo el Pueblo de Dios, en una dinámica de comunión, se sienta realmente partícipe de la vida de la Iglesia y sea testigo vivo y atractivo de la novedad del Evangelio en el mundo. Los teólogos, fortalecidos con el don de sabiduría y de revelación, deben acompañar los trabajos del Sínodo, para que el don de la fe se haga vida en todo el Pueblo de Dios, y así, sobre todo los jóvenes, buscadores de verdad y de testimonio, de concreción y de espiritualidad, gracias al camino sinodal, se impliquen cada vez más en la vida y en la misión de la Iglesia ante los desafíos del mundo de hoy, dando a muchos, con el entusiasmo propio de su edad, la esperanza que brota del encuentro con Jesús. Y nuestra oración también debe prestar atención a la comunión con las comunidades cristianas de todo el mundo, para que, disfrutando de la bondad del Señor que viene al encuentro de todos y de cada uno, recibamos de Él una mirada nueva sobre el prójimo y seamos testigos de gratuidad en el mundo en el que vivimos.
Debemos tener confianza en que este Sínodo ya ha sido en las Diócesis y será una experiencia eclesial universal muy positiva, que ayudará a cohesionar la vida eclesial y a fortalecer la fe en un Dios que nos muestra su amor y misericordia a través de Jesús y de la Iglesia. Como decía el papa Francisco a los jóvenes en Lisboa, en la misa de envío de la JMJ: “¿Qué nos llevamos de estos días hacia la vida cotidiana? Resplandecer, escuchar y no tener miedo. Resplandecer: ya que amar cómo Jesús, nos vuelve luminosos y somos luz cuando hacemos obras de amor. Escuchar: ”¿Qué nos dice Jesús? A veces emprendemos caminos, pero están disfrazados de amor. Escuchar a Jesús para que nuestros caminos sean caminos de amor. No tener miedo: A quienes están tentados de pesimismo, y que desean cambiar el mundo, Jesús nos mira y nos pide: ¡no tengáis miedo!”. Apliquémoslo con el Sínodo y el futuro de la Iglesia. En estas semanas de celebración sinodal, acojamos con esperanza este mensaje, haciendo camino juntos, ensanchando la tienda para que quepa todo el mundo, “¡todos, todos, todos!”. Que el Señor con su Espíritu Santo inspire los trabajos y discernimientos, la escucha mutua y la acogida de los participantes en el Sínodo de la sinodalidad.