Después de dos años de pandemia y sus consecuencias
con tantos problemas sanitarios, económicos y sociales,
y doloridos por la guerra tan violenta y destructiva,
con millones de refugiados que nos rompen el corazón
y que estamos acogiendo, solidariamente,
hoy entramos en Jerusalén
siguiendo al Señor que decididamente va a la Cruz
¡»para que tengamos vida y vida en abundancia»!
Los ramos de olivo y laurel, las palmas que agitamos,
nos despertarán la inocencia necesaria
para aclamar a Cristo que sube al Calvario,
Dios vivo en la tierra, para sufrir la Cruz por toda la humanidad.
Los niños, los sencillos, son de nuevo nuestros mejores maestros,
porque nos enseñan a amar a Jesús,
que consuela y cura los corazones y las familias destrozadas
para llenarnos de su perdón y de su vida.
Salgamos al encuentro del único Salvador.
Entremos en esta Semana Santa, de Pasión y Resurrección.
Se requieren ojos bien abiertos para retener la gran lección
de que quien pierde la vida, la salva,
quien lo da todo, es quien lo vive a fondo,
que el abandono en manos de Dios es el único refugio seguro,
de que las cruces, por Jesucristo, encuentran sentido y curan.
Apresurémonos a vivir con fe, siguiendo tras Jesús,
que da su vida y que siempre nos sostiene en los sufrimientos.
Acompañemos al Rey crucificado, varón de dolores,
que carga sobre sí el pecado y las injusticias,
para transformarlas en vida, y en felicidad eterna.
¡Qué grande es tu Pasión, Señor Jesucristo!
Es camino de Vida eterna y de Resurrección
Los poderes de este mundo no son ya invencibles.
¡Ha vencido a Jesús! ¡Ha triunfado el Amor!