“En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2Co 5,20)

El Miércoles de Ceniza la liturgia de la Palabra proclama estas bellas y solemnes palabras de S. Pablo: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2Co 5,20). La Cuaresma es una llamada a ser más humildes y volver al Padre de misericordia como el hijo pródigo, que ya no se consideraba hijo a causa de sus pecados; o como el publicano que se consideraba muy pecador y se daba golpes en el pecho pidiendo piedad; o como S. Pedro que pedía al Señor que se apartara de él, porque era pecador… Necesitamos esta reconciliación que será vida para nosotros.

En el camino hacia la Pascua debemos convertirnos y creer en el Evangelio, y de alguna manera estas dos realidades tienen una unidad indivisible, forman como una grande y única actitud de seguimiento auténtico de Cristo. La verdadera conversión a Dios consiste en acoger plenamente la Buena Nueva de Jesús, como la luz que dejamos que ilumine todos los rincones de nuestra vida, y al mismo tiempo, por la fuerza de Dios, ser testigos y mensajeros de esta Buena Noticia para los demás, es decir, ser evangelizadores creíbles y alegres. Abandonarse confiadamente en las manos del Padre, estar reconciliados con Dios, y en paz.

Os ofrezco los cinco caminos de reconciliación con Dios que propone S. Joan Crisóstomo (344–407) patriarca de Constantinopla en sus “Homilías”. Un texto precioso que me ha enviado un obispo greco-católico amigo. Son cinco caminos de reconciliación con Dios: “El primero es la condena de los propios pecados. El segundo es el perdón de las ofensas. El tercero consiste en la oración. El cuarto en la limosna. Y lo quinto en la humildad”. Y resumo como lo explica.

“1. El primer camino de la reconciliación es condenar los propios pecados. Confiesa primero el pecado y serás justificado. Condena tus culpas. Esto es suficiente para que el Señor te libere. Y, si condenas tus faltas, serás más cauteloso en retroceder. Haz que tu conciencia sea tu acusador interno.

2.- El segundo es no recordar los pecados de los enemigos, dominar la ira, perdonar a los hermanos que nos han ofendido. Esta es una segunda forma de expiar los pecados. «Si perdonáis a los hombres sus culpas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros».

3.- ¿Quieres aprender una tercera forma de purificación? Es aquella de la oración fervorosa y bien hecha, que viene de lo íntimo del corazón.

4.- Y si quieres conocer un cuarto camino, te diré que es la vía de la limosna, que tiene un valor muy grande.

5.- Si uno se comporta con templanza y humildad, destruirá de raíz sus pecados con no menos eficacia que los medios antes mencionados. Es testigo de ello el publicano que no era capaz de recordar sus buenas obras, pero en lugar suyo, ofreció el humilde reconocimiento de sus pecados y de esta manera se liberó de la carga pesada que llevaba en su conciencia.

Así que no te quedes sin hacer nada, sino que cada día intenta avanzar por todos estos caminos, porque son fáciles, y no puedes aducir tu pobreza para escapar. Aunque uno se encontrara viviendo en la pobreza severa, siempre podrá deponer la ira, practicar la humildad, orar continuamente o renunciar a los pecados, y la pobreza nunca le será un obstáculo.”

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