Una Navidad más frágil pero más esperanzada

La Navidad que llega será una Navidad más frágil pero debemos intentar que sea más llena de esperanza y más reveladora de la Buena Nueva de Jesús. Estamos desconcertados y doloridos por la pérdida de seres queridos, por la angustia que planea en muchos corazones, por el sufrimiento de tantos ancianos solos, y de quienes los cuidan, por las familias desesperadas por el futuro de su trabajo, por los corazones angustiados por el desconcierto… Esperemos que la vacuna lo empiece a desactivar. Pero necesitamos la esperanza verdadera. Por eso escucharemos la noche de Navidad al profeta Isaías que nos quiere transformados y nos promete que Jesús llega con su Paz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo… el yugo de su carga, lo quebrantaste… Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz»”. (Is 9,1-5).

Esta Navidad concreta, sin seguridades ni muchos programas de futuro, un poco más solos y sin reuniones ni abrazos, debe ser una Navidad austera y solidaria, ¡claro está!, pero sobre todo más humilde, más cercana al Pesebre de Belén, siendo más acogedores de Jesús, con un corazón bien dispuesto. Este año la Navidad nos pone a prueba. Debemos ser creyentes de Nazaret, del Magnificat y del Pesebre. Porque en Nazaret Dios se ha revelado como Aquel que, por María y José, cuenta con la humanidad débil. Elige una mujer débil y virgen, joven y sin poder, y la llena de su gracia. Y también José, los pastores, los magos… los hombres y mujeres de buena voluntad. Y también somos los creyentes del Magnificat, que alabamos al Señor desde nuestra pequeñez, y agradecemos sus maravillas y los dones recibidos, porque la misericordia triunfa y se extiende a todas las generaciones. Y somos los creyentes de Belén, nacidos por pura gracia del pesebre de Jesús, el lugar luminoso de la pobreza real y la más humilde.

Navidad revela la Encarnación del Señor, y nos lanza a vivir amando desde nuestra encarnación de cada día: vida austera y quizás anónima, sin fiestas ni encuentros, sin planes de futuro; con oración, palabra y eucaristía, escucha, reconciliación, caridad, diálogo con los próximos, sacrificio, perdón y fraternidad ofrecida a todos, creando otro tipo de comunidad, y siendo cercanos a los ancianos, los enfermos y los que no poseen nada… Mostrando nuestras convicciones y un testimonio no impositivo: sobre el valor de toda vida, la dignidad de cada persona, la acogida de los emigrantes, la unión con los hermanos cristianos y las otras religiones, el aguante en las críticas y persecuciones. El testimonio de la caridad, tal vez silenciosa y desnuda, sin imposiciones. Como lo hicieron Jesús, María y José. Esta Navidad es una oportunidad preciosa para captar y vivir lo esencial de la Encarnación, y vivirlo con paz y alegría, sin lamentaciones.

Pidamos la paciencia y la esperanza, virtudes activas, emprendedoras, portadoras de una felicidad «nueva». Estamos aprendiendo a vivir según los planes de Dios y no nuestros planes; sabiendo sufrir cuando toca, y sabiendo esperar contra toda esperanza. Sin que ello signifique dejar de soñar un mundo más justo, más fraterno y más pacífico. Por la pandemia podemos reconocer mejor a Dios en el silencio y el despego de nosotros mismos, de nuestros egoísmos y caprichos. Llega un Dios siempre mayor y misterioso, que viene a encontrar a los pequeños y los humildes, los que se hacen como niños. Un Dios Amor que nos invita al ideal más grande de amar como Él ama, y ​​que es nuestra alegría, mayor que las alegrías efímeras que encontramos en el mundo. ¡Que vosotros y vuestras familias, toda la Diócesis vivamos una Santa Navidad!

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