La Pascua es la celebración del misterio de una muerte que ha traído la Vida, una Cruz que ha vencido el pecado y la muerte. Ha comenzado el tiempo de la Resurrección: «Cristo muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró nuestra vida.» (Prefacio pascual I). Jesús había dicho a sus discípulos en el discurso de despedida: «Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo» (Jn 15,26-27). La Pascua nos hace testigos de Cristo, valorémoslo, y testigo en griego se llama «mártir». Así llamamos a aquellos que por dar testimonio, han dado incluso la vida, a semejanza del Buen Pastor «que da la vida por sus ovejas» (Jn 10,15). Es el Espíritu Santo quien nos da una fuerza que nos hace testigos de Jesús hasta los límites más lejanos de la tierra (cf. Hch 1,8). El mismo Jesús nos dice que no hay amor más grande que dar la vida por amor (cf. Jn 15,13), y que si lo persiguieron a Él, también nos perseguirán a nosotros. Ya hemos contar con que el amor debe mostrarse con obras de amor, no sólo quedarse en palabras; y las obras comprometen, a veces son «peligrosas», porque subvierten los criterios del mundo contrario a Dios y a su amor. No tengamos miedo de ir a veces contra-corriente, sin seguir los criterios del mundo, ni siendo esclavos del quedar bien. Seguimos a Cristo con radicalidad, sin medias-tintas y con un amor indefectible.
Resulta dura en nuestros tiempos la lluvia de noticias de cristianos asesinados en tantos lugares del mundo. Corremos el riesgo de irnos acostumbrando. Se ha instaurado una especie de rutina por la que los asesinatos de este tipo ya no son noticia, y además, existe en la cultura dominante una hostilidad al cristianismo y a la Iglesia Católica, «que deriva sobre todo de sus posturas en materia moral» (Massimo Introvigne). Ayuda a la Iglesia Necesitada calcula que unos 200 millones de cristianos -tanto católicos como ortodoxos y evangélicos- son perseguidos y otros 150 millones son discriminados. Es el ecumenismo del sufrimiento (la persecución) y de la sangre (el martirio). Se puede afirmar que de todos los perseguidos en el mundo por sus creencias, 3 de cada 4 son cristianos, y que el cristianismo es la religión más perseguida actualmente. Cada 5 minutos es asesinado un cristiano en los países donde los cristianos somos minoría religiosa. La libertad religiosa, que es un derecho fundamental, es todavía hoy un derecho escaso. La persecución de los cristianos en el mundo, pues, es una auténtica situación de emergencia humanitaria. No se trata de reclamar protección para nosotros, sino de defender la libertad religiosa de todas las personas para poder practicar sus creencias. El Papa Francisco dice: «Que termine ya esta persecución contra los cristianos, que el mundo parece que quiere ocultar». Y recomienda continuar «el camino espiritual de oración intensa, de participación concreta y de ayuda tangible en defensa y protección de nuestros hermanos y hermanas, perseguidos, exiliados, asesinados por el solo hecho de ser cristianos». Y en Occidente la persecución seguramente toma formas más sutiles, con legislaciones contrarias a la presencia pública de los cristianos o con discriminaciones en la vida social.
La alegría de la Pascua debe ayudarnos a vivir con gozo y serenidad la posible persecución y la comunión con nuestros hermanos que tanto sufren, y nos debe estimular a no tener miedo, a orar más y a ser mejores aún, denunciando con valentía la injusta persecución o discriminación.
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