«Salió el sembrador a sembrar… una parte de las semillas cayó en tierra buena y dio fruto» (Mt 13,3.8), así nos anima la parábola de las parábolas de Jesús, que nos enseña y ayuda mucho en el momento de recomenzar el trabajo pastoral. Abandonemos los miedos y las perezas, las comodidades, y dejemos que el Señor nos guíe. Pensando en la misión renovada y urgente, os propongo unos objetivos más concretos para el nuevo curso:
1. Intensificar la intimidad con el Señor, porque hoy la sociedad necesita sacerdotes, consagrados y laicos, más unidos que nunca a Dios. Con Él lo podemos todo y sin Él nada (Fil 4,13) y nos deberíamos fiar más, abandonarnos del todo en sus manos. Él no nos ofrece un triunfo o un aplauso de parte del mundo; aún menos nos habla de premios para que nos portemos bien. Lo que hace es darnos el don más precioso: nos ofrece beber de su mismo cáliz, como hacen los enamorados, que beben de la misma copa; y nos dice que no esperemos demasiado resultados concretos, visibles; que algunos ya vendrán cuando toque, pero otros quizás no son los que Él quiere (Mt 20,22).
2. Vivir con gozo del encuentro con la gente, ser cercanos, para conocer y que nos conozcan. Jesús comenzó la misión del Reino, dejando que con el ejemplo personal y el testimonio, nosotros fuéramos completando la misión que nos ha sido confiada (Col 1,24). Encuentro significa no esperar a que vengan, que quizás no vendrán, sino sobre todo ir a las periferias, ir donde hay personas vulnerables o que sufren situaciones difíciles. Y que vean la bondad, la simplicidad y la alegría de nuestra vida. Esta es la predicación más eficiente (Mt 5,16). Hay que mostrar las convicciones y el testimonio no impositivo. Con frecuencia esta es y será nuestra principal predicación. Así descubriremos bondades escondidas. Y si hay que lavar los pies, hacerlo como quien no hace nada, ya que Jesús lo hizo el primero y nos da ejemplo.
3. Paciencia, saber aguantar y cuando haga falta saber sufrir. Lo hemos tenido que hacer en tiempos de pandemia. Si queremos evangelizar nos tenemos que ir acostumbrando al pequeño milagro de un silencio que a veces parece interminable, como el de los años de Nazaret, treinta años de treinta y tres, cuando Jesús, la Palabra encarnada, callaba pero iba creciendo. Porque la fuerza de la gracia se manifiesta sobre todo en tiempos de silencio aparente de parte de Dios. Que Jesús crezca en nosotros mientras nosotros disminuimos (Jn 3,30), como enseñaba Juan Bautista, una lección que quizás todavía no hemos entendido del todo. Este es el calendario de Dios donde todo está bien apuntado y donde las cosas se van sucediendo en su momento. Y si llega el momento de hablar y de denunciar, que puede llegar y seguramente llegará de vez en cuando, pues hacerlo, pensando sólo en ayudar a la gente y evitando dañar o herir, que esto no lleva a ninguna parte. Dulzura e inteligencia. Paz y serenidad.
4. Amar llenos de esperanza, con obras y de verdad. No hay nada más cristiano que esperar. Nosotros mismos somos el resultado del sueño esperanzado de Jesús, que todo lo confiaba al Padre. Soñemos y busquemos siempre el máximo bien, y hagamos que la gente sueñe. Necesitaremos toda la inventiva del mundo y especialmente hoy, nos hará falta mucha paciencia y perseverancia, porque algunas cosas se han puesto difíciles y cuesta arriba; pero en gran parte el reto es éste. Y mientras corremos nuestra etapa de esta carrera apasionante, se nos ofrece la gran ocasión de hacer no una nueva Iglesia pero sí renovar a fondo la que ya formamos y nos ha sido confiada. Una Iglesia acogedora y humilde, que predica Jesucristo, aporta sentido y esperanza, y que muestra con obras hasta dónde llega el amor infinito de Dios.
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