En el inicio del Adviento la mirada de los creyentes se dirige hacia la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, modelo de acogida de la acción del Espíritu Santo y modelo de acogida de los hermanos, como nos reclama el «andar juntos» del Sínodo en la etapa diocesana. Ella es nuestro gran modelo en el camino sinodal. Camina delante y abre la senda de la Iglesia.
María recibió del arcángel Gabriel el anuncio de la venida del Verbo de Dios a sus entrañas, por obra del Espíritu Santo, y no dudó de lo que le era anunciado, sino que creyó y se dio del todo a este Misterio de Presencia y Amor. Con un sí lleno de entrega incondicional a los designios del Padre, acogía la salvación y la hacía posible para toda la humanidad. Un sí, una libertad entregada, una obediencia humilde y pobre, un corazón todo inmaculado y lleno de Dios, que aceptaba la gran vocación de ser Madre de todos los pueblos, hijos suyos en Cristo.
San Bernardo de Claraval, en una espléndida homilía, la cuarta, recrea un diálogo del creyente con la propia Virgen María, en el momento histórico y tan misterioso de la anunciación en Nazaret. Todo el mundo espera la respuesta de María y por eso Bernardo da prisa a la Virgen, haciéndole notar que en sus manos está el precio de nuestra salvación. Si consiente a lo que el ángel le propone en nombre de Dios, todos nos veremos librados; ya que si por la Palabra eterna de Dios fuimos creados, y pese a ello todos debemos morir, con la breve respuesta de María -un sí bien humilde pero cargado del futuro de la historia humana-, todos seremos restablecidos y llamados a la vida. De su respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán. Y le aconseja que no lo rechace, que no se retrase, que no recele… sino que crea y diga que sí. ¡Todos estábamos en Nazaret pidiendo a la Virgen María su sí! Y le dice Bernardo: “Abre, Virgen feliz, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las entrañas purísimas al Creador. Mira que el deseado de todos los pueblos está llamando a tu puerta. Si tardas en abrirle, pasará de largo, y después volverás con dolor a buscar el amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, y abre por el consentimiento. Y la Virgen dijo; ‘He aquí la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra’”.
Profundicemos las actitudes de la Virgen María para imitarlas:
• escuchar más la Palabra de Dios, dedicándole mayor atención,
• apartarse siempre del pecado y de la mediocridad de vida,
• responder con prontitud y generosidad a lo que Dios nos hace saber en la oración y en la vida de cada día,
• comprometerse a amar a todos, acogiendo los sufrimientos de quienes nos rodean,
• ir siempre más lejos de los cálculos y los miedos, la indiferencia y el egoísmo,
• y dar un sí muy generoso a Dios, pase lo que pase, sabiendo que lo que Él nos pida, seguro que será bueno para nosotros.
Esto es el Adviento: estar atentos y confiar en el Dios que llega, para abrirle en cuanto llame y nos encuentre velando, abiertos a responder un sí bien generoso a su llamada. Como María, la Madre Inmaculada, toda de Dios y toda nuestra.
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