Amados hermanos:
Al llegar Navidad, una alegría como rocío bajado del cielo se expande por toda la tierra avivando los corazones de la mayoría de las personas. Es como un oasis -un paréntesis- en el contexto de nuestras rutinas y habituales preocupaciones, que nos permite verlo todo a la luz del bien, la verdad y la belleza, y dejar en segundo plano de la conciencia las parcelas negativas de nuestra vida ordinaria. La Navidad incluso nos predispone para dejar aparte nuestras diferencias y desearnos mutuamente paz y felicidad.
Lo había previsto Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo…Porque un niño nos ha nacido , un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: Maravilla de consejero.
Sí, hermanos, el Niño nacido en Belén es el motivo, consciente o no, de toda la alegría del mundo y de la nuestra, en estos días. Porque en él ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Esta noticia es tan espectacular y tan consoladora que es capaz de arrancarnos la exultante exclamación del Salmo, cuando dice: Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.
La Navidad es el principio del misterio de Jesús, es el primer paso que nos anima a aguardar la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. El último paso tuvo lugar cuando El se entregó por nosotros para rescataros de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras. Después acabó su obra resucitando, inaugurando personalmente aquella gloria a la cual somos todos invitados.
Será interiorizando y asimilando esta esperanza, reflexionando y haciendo nuestro este misterio, como celebraremos profundamente el sentido de la Navidad. En el interior de cada persona es donde tiene lugar la verdadera Navidad, cuando hacemos opción libre de abrirnos a la presencia de Jesús por la fe y el amor, esperando de él y de él sólo, nuestra salvación y ampliamos esta opción hacia fuera abriéndonos a los demás. Pero ello supone haber llegado a sentir necesidad de ser salvados, habiendo tomado conciencia de nuestra pobreza espiritual y de nuestra condición de pecadores. Con los pastores y los magos: humildes, inquietos, no instalados en sus comodidades, sino a la búsqueda incesante de lo mejor, de respuesta a sus interrogantes más recónditos.
Escucharemos voces que gritan más fuerte y nos ofrecen satisfacciones más inmediatas y más tangibles, como si realmente fueran lo que de verdad necesitamos. De nosotros depende tener sintonizada o no la voz dulce y suave del Señor que nos habla no de los bienes que calman nuestros sentidos, sino de los que aportan paz y bienestar al fondo de nuestro corazón. Era la paz que anunciaron los ángeles a los pastores: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.
Es la paz que deseo a todas las familias y a cada persona de la Parroquia, como regalo y felicitación navideños. Que así sea.