Amados hermanos:
El amor busca la presencia de la persona amada. Dios, que es amor, lo sabe, y se ha hecho presente siempre a la humanidad amada, pero, ésta padece una dificultad casi insuperable para percibir la presencia de Dios, puesto que ni los sentidos ni la mente humanos pueden captar el ser infinito y espiritual.
Antiguamente, llenando de su Espíritu algunas personas escogidas especialmente, como los profetas y los santos, Dios hizo sentir sobrenaturalmente y de forma excepcional su presencia.
Más tarde, cuando él quiso, envió a su Hijo hecho hombre, para que, por medio de su humanidad, los que le conocieron pudieran ver en él, por su palabra, estilo de vida y milagros, la presencia de Dios. Jesús mismo lo aseguró: Quien a mí me ve, ve al Padre (…) Yo y el Padre somos una sola cosa.
La presencia física de Jesús llegó a su término con la resurrección y la ascensión al cielo. A pesar de haber prometido que no dejaría solos a los suyos y que estaría con ellos siempre, hasta el fin de los tiempos, ¿Qué señal tendrían sus seguidores de la presencia de Jesús entre ellos? Sí, Jesús dejó aquella señal necesaria: tomando el pan, dijo: esto es mi cuerpo, y ofreciendo la copa con el vino prosiguió: ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.(…) Haced esto en conmemoración mía. Desde aquel momento, el pan y el vino consagrados en el ritual de la santa Misa, son el signo de la presencia real de Cristo en la comunidad de los creyentes. La presencia sigue siendo invisible, pero son visibles el pan y el vino y hemos podido escuchar las palabras de la consagración. Dicho de otra manera: aunque no podamos ver ni palpar la presencia de Cristo resucitado, tenemos todas las garantías necesarias para creer que aquella presencia es real y verdadera.
La fiesta de hoy es recordatorio y celebración festiva de aquella presencia divina: celebramos, adoramos y amamos a Cristo presente, que nos acompaña en nuestro itinerario hacia Dios Padre. Cuando lleguemos a El, no tendremos necesidad de sacramentos ni de signo alguno, porque veremos a Dios cara a cara, tal cual es. Los sacramentos vienen a ser como alforjas llenas de provisiones para el viaje. Es hora de aprovecharlas y vivir plenamente de estas provisiones. Además de la comunión que es el acto supremo de este encuentro, nos queda el recurso de las visitas al Santísimo para vivir muy de cera su presencia. Estar cerca del Señor y dejarse ayudar por él, sería la solución para algunos de nuestros problemas, como la soledad, el estrés y la carencia de paz interior. Con la Procesión de este día ponemos de manifiesto nuestra fe en la presencia de Jesús en todos los ámbitos de nuestra existencia: la familia, el trabajo, el estudio, la enfermedad, el descanso, el ocio. Hoy lo ponemos todo, y a nosotros mismos, en las manos del Señor que visitará en procesión solemne las calles de nuestra parroquia.