Domingo XI del tiempo ordinario (B)

Amados hermanos y amigos:

Estamos rodeados de maravillas, vivimos sumergidos en el misterio, participando plenamente de él. Lo comprobaremos, si observamos contemplativamente nuestro entorno: A su debido tiempo, la naturaleza despierta del letargo invernal: El hombre duerme de noche y se levanta de mañana, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. El reino animal, con variadísimas especies de todos los tamaños y numerosísimos individuos juguetones, puebla la tierra y todo lo llena de vida. El hombre, además, progresa en sus conocimientos y adorna el mundo visible con una magnífica aureola de espiritualidad. Todo ello se produce por la presencia de una fuerza invisible que el laicismo moderno denomina milagro de la naturaleza y que, para nosotros, es un milagro de Dios.

Jesús nos enseña que al Reino de Dios le pasa de manera semejante: Es como un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña. Es la presencia de Dios en nuestro espíritu, que existe verdaderamente aunque de manera casi imperceptible; es su amor y su fuerza que va creciendo en nosotros aunque no nos demos cuenta de ello, de día y de noche, mientras el hombre duerme o está despierto.

Ante este grande y silencioso misterio, nuestra mejor disposición es la quietud humilde y el deseo constante de recibir -como lo hace la tierra con la semilla- para que Dios pueda plantar su palabra, que es la semilla del Reino. Después, la simiente va creciendo con la gracia del cielo y con nuestra insignificante aportación, hasta dar frutos de plenitud. Es en estas condiciones que: los justos crecerán como las palmeras, se harán grandes como los cedros del Líbano (…) darán frutos todavía en su vejez, continuarán llenos de lozanía y de vigor.

Sentiremos la tentación de pensar que somos nosotros con nuestro esfuerzo, quienes obramos el crecimiento, porque nos creemos importantes y capaces de grandes cosas. Tendimos al orgullo de tenernos por árboles altos, robustos y autosuficientes. Pero, oíd que nos dice el Señor por boca del profeta Ezequiel: Y todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he hecho y lo haré.

En la vida presente nuestra capacidad es muy limitada: Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Ésta es nuestra mayor fuerza y posibilidad actual: creer y esperar, desear vivir con el Señor y no ambicionar otra cosa que, en desierto y en patria, esforzarnos en agradarle.

Feliz y Santa Navidad
d’Amic e Amat
Feliz y Santa Navidad
És el Cadí la serralada enorme
ciclòpic mur en forma de muntanya
que serva el terraplè de la Cerdanya
per on lo Segre va enfondint son llit.
Resclosa fóra un temps d'estany amplíssim,
a on, en llur fogosa jovenesa,
aqueixos cims miraven la bellesa
de
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