Domingo III de Adviento (B)

Mis amados hermanos en el Señor.

La comunicación de Dios con sus criaturas -muy especialmente con nosotros los seres inteligentes y libres- existe de forma natural y necesaria. Como la relación que se da entre el agua que corre por el riachuelo y la fuente de donde mana; o como la savia que da vida al árbol hasta las ramas y hojas más alejadas, y la tierra de donde procede. Sin la comunicación actual de Dios nada podría existir, porque él es el único océano de donde mana toda existencia y vida. En él existimos, nos movemos y somos, escribe San Pablo.

Además de ésta, hay otra comunicación de Dios con nosotros, que podríamos llamar de predilección o afecto, y que es libre de ser aceptada o no por nosotros, la cual consiste en elevar la criatura racional más allá de la naturaleza pura. Es la que describe el profeta Isaías en el fragmento que hemos escuchado: El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido. La unción es una expresión gráfica para significar la penetración del Espíritu de Dios hasta el fondo de nuestro ser. En la Historia de la Salvación aquella unción se ha hecho evidente en los Patriarcas, los Profetas y algunos Santos.

En la plenitud de los tiempos, aquella unción se hizo plena y total en el Mesías elegido, sobre quien reposa la plenitud de la divinidad de una manera tan única, que no se repetirá jamás en ninguna otra persona. Después de él, la comunicación amorosa de Dios se hará visible, como otrora en los Patriarcas y los Profetas, en los apóstoles y, de una forma menos espectacular, en todos los miembros del Pueblo de Dios que estén abiertos confiadamente al don gratuito. De ello habla el profeta, cuando dice: En aquellos tiempos, vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán.

Con la venida del Mesías llega el tiempo de la Buena Nueva, el tiempo de la abundancia. El Espíritu del Señor se da generosamente y unge con su amor a todo aquél que lo desea y lo espera, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos,…para proclamar el año de gracia del Señor y anunciar a los desorientados el retorno de la luz.

El proceso de esta vida nueva se desarrolla hasta poder decir con el profeta: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo. Ahí encontramos el motivo de la alegría proclamada por San Pablo a los Tesalonicenses, cuando les escribe: Hermanos, estad siempre alegres…Ésta es la voluntad de Dios respecto de vosotros.

El nuevo orden comenzó con la aparición pública de Jesús prepara por Juan el Bautista, que dice de sí mismo: Yo soy la voz que grita en el desierto. Y añade: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.

Próxima ya la Navidad, hagamos un gesto convencido y sincero de apertura al don de Dios que nos es ofrecido amorosamente por Jesús, y hasta puede que sintamos como el Espíritu del Señor reposa sobre nosotros y nos unge.