Domingo II después de Navidad (A)

Mis queridos hermanos en el Señor:

Con una vivencia pueril de estas Fiestas, podríamos quedarnos en lo superficial: ángeles, pastores, luces, cánticos. Todo podría transcurrir sin que el misterio de la presencia de Dios iluminara y caldeara nuestros corazones. Pero la Navidad, como los demás misterios de relación entre Dios y los hombres, o bien es acogido en profundidad, o no nos sirve de gran cosa.

Es por ello que San Pablo escribe a sus fieles de Efeso: …No ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cual la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Por la encarnación del Hijo, la sabiduría de Dios acampa entre los hijos del pueblo elegido, establece su tienda entre nosotros que formamos el Pueblo que el Padre y el Hijo aman, y ejerce su poder en la ciudad terrenal. Por Jesús, la sabiduría de Dios se comunica a cada persona y a cada pueblo que se halla atento y receptivo. Nadie es tan sabio y prudente como aquél en quien Dios habita y a quien instruye. La ciencia más ilustre es necedad, comparada con el conocimiento interior del que vive conscientemente en comunión con Dios: La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo (…), recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.

Al respecto, el fragmento del evangelio que hemos leído es de una profundidad y una belleza únicas. Nos ha dicho de Jesucristo, que es la sabiduría de Dios -la palabra de Dios- antes de la creación del mundo: En el principio ya existía la Palabra Y la Palabra estaba junto a Dios (…) en la palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. Seguidamente, el evangelio de San Juan entra en una constatación dramática, cuando dice: La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Y añade: Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron .

¿No es esta, hermanos, la situación de nuestro mundo hedonista y pagano? No se hace visible un esfuerzo, por parte de muchos, para sofocar la luz de la sabiduría de Dios o, cuando no, para evitarla y no dejarse requerir por ella?.

Pero a todos cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.(…) Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Este es el favor que Dios nos quiere conceder y nosotros hemos de desear, pedir y buscar.