Domingo II del tiempo ordinario (B)

Amados hermanos:

Cuando Samuel era un adolescente tuvo una profunda experiencia de Dios. Era la primera vez: Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor. Pero, dadas su buena disposición y preparación, ante una experiencia interior desconocida supo reaccionar adecuadamente. En un primer momento, pensando que era su amo quien le llamaba, se presentó ante él y le dijo: Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

Su amo y maestro, Elí, le ayudó a comprender. Le insinuó que podría haber sido el Señor quien le llamaba. Por eso le dijo: Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde:»Habla, Señor, que tu siervo te escucha». Así comenzó la experiencia sobrenatural y la vocación profética de Samuel, que fue creciendo y madurando: El Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

En todos los casos de una experiencia sobrenatural parecida suele estar presente la mediación humana, alguien que actúa de puente, que ayuda a tomar conciencia de una realidad oculta que el interesado no había sido capaz de ver. Parecido es el caso que nos ha presentado el evangelio: Los amigos Juan y Andrés, discípulos de Juan, el Bautista, estaban con él, cuando, fijándose (éste) en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios». Los dos discípulos siguieron inmediatamente a Jesús. Al ver Jesús que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?. Ellos le respondieron: Maestro, ¿dónde vives? Él les dijo: Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

El impacto en los dos discípulos, de aquellas horas pasadas en compañía de Jesús, fue enorme. Fueron inmediatamente a encontrar a sus hermanos y amigos y les dijeron: Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo). Y muchos años más tarde, cuando escribió su evangelio, Juan se acordó de que serían las cuatro de la tarde cuando encontraron a Jesús. Aquel día y aquella hora habían cambiado radicalmente sus vidas.

Tener una experiencia personal interna de la presencia inefable de Dios es posible para todo aquél que lo desea de corazón y hace todo cuanto puede para disponerse. No es necesario, para ello, hacer grandes cosas, no se puede precipitar el momento y la hora, porque la iniciativa es siempre de Dios. Es suficiente desearlo de verdad y esperar con fe, mantener abierta la mirada interior para poder conocer la hora en que el Señor se deja encontrar y conocer; conocimiento que no consiste precisamente en saber más cosas de Dios, sino en experimentar, en lo más íntimo, que Dios se nos comunica por amor.

Como primer paso nos sería de gran utilidad hacer nuestro con el gozo de la fe el sentido de aquella expresión de San Pablo en su carta a los Corintios: ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?. Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios.