Mis queridos hermanos:
Entrar en cuaresma nos invita a replantear nuestra situación real: el tiempo y estado de prueba y tentación en que vivimos los hombres y mujeres de hoy y de siempre. Todo empezó con la entrada del pecado en el mundo, desde los albores mismos de la humanidad y, con el pecado empiezan todas las penalidades, como la lucha por la vida, la necesidad de prestigio personal, la obsesión por ser reconocidos y valorados. De ahí nacen las rivalidades y las luchas interpersonales y nuestra pretensión de prepotencia ante Dios, hasta alcanzar la última penalidad en forma de derrota aparente, con el fantasma de la muerte.
Estos elementos penosos configuran el tiempo de la tentación y, con la caída, el alejamiento de Dios. En sí mismo considerado, éste es un estado de desolación, descrito dramáticamente en la primera lectura: Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Se da a entender que aquella desnudez no era solamente física, sino, sobre todo, espiritual y moral. Con todo, nuestro estado actual es tan solo el primer acto de nuestra historia personal y comunitaria.
El Evangelio nos ha presentado a Jesús en el desierto sometido a las mismas tentaciones, que él vence con valentía y hasta con cierta naturalidad. Jesús vive unido al Padre por el recogimiento y la plegaria, condiciones que la dan la garantía total para superar la tentación: es como la roca donde se estrella la bravura de las olas marineras. Jesús vive anclado en Dios y no encuentra cabida en él, ni la tentación del hambre después de un largo ayuno, ni el deseo de ser reconocido y aplaudido, ni la codicia de poseer los bienes de este mundo. Jesús responde al tentador: Vete, Satanás, porque está escrito,»Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».
Por su unión con el Padre, Jesús ha trastocado totalmente la situación: Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles y le servían.
Por Jesús, el mundo de los humanos ha entrado en una nueva situación. Es la que describe San Pablo en su carta a los cristianos de Roma: Si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Nosotros estamos ahora en esta nueva situación, en la que brilla la luz de la esperanza. Unidos a Jesús por la fe, formamos parte de la nueva humanidad que, habiendo superado el mal en la persona de él, avanzamos sin parar en el camino del bien y de la vida, puesto que recibimos por él y en él tal sobreabundancia de gracia, que nos hace justos y se nos promete la vida y el Reino, gracias a él.
La cuaresma nos predispone gozosamente para esta conversión interior: abrirnos confiadamente a Dios, vivir con la mirada del alma fija en él, y volviéndonos de espalda a todos los ídolos que pretenden nuestra postración y adoración.