Domingo I de Adviento (B)

Hermanos amados en el Señor:

En el pórtico de este Adviento, nos convendría tomar conciencia -como lo hizo en su tiempo el profeta Isaías- de la situación incómoda y aún peligrosa en que vivimos frecuentemente. Podríamos expresarlo correctamente con las mismas palabras del profeta: Todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento…Señor, ¿por qué permites que nos extraviemos de tus caminos y que nuestro corazón se endurezca para no creer en ti?

El desbarajuste generalizado de nuestro mundo nos afecta poco o mucho a todos y, a causa de ello, la tierra se torna inhóspita y enfermiza. Apenas se sabe a donde dirigir la mirada para que nos renazca la esperanza, ahora que el hombre se ha acostumbrado a mirar a nivel de sus pies y a confiar en las obras de sus manos, en vez de invocar el nombre del Señor y aferrarse a él.El tiempo litúrgico de Adviento quiere ser una invitación a levantar nuestra mirada del suelo de nuestras preocupaciones inmediatas, a las alturas del Señor, para clamar como Isaías: Sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano. ¡Qué alegría y qué bendición si, desde nuestro mundo cansado y extraviado, se levantara a las alturas el clamor suplicante del profeta: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!

El evangelio nos ha dado un toque de atención: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. De este modo nos pide un alto en el camino: que nos sentemos a pensar qué decidimos hacer con nuestra vida, qué bienes nos proponemos conseguir. Nos invita a preguntarnos si el camino que llevamos es el apropiado o si, tal vez, nuestros pasos van perdidos, porque la espiral de vida egoísta y mundana en que estamos inmersos, es la red de nuestras desventuras presentes y el túnel de nuestras inseguridades futuras.

La persona sensata ha de pararse a sopesar si el esquema de sus valores y los desvelos en que invierte los esfuerzos, la salud y hasta los intereses materiales, son los medios adecuados para construir la casa de su felicidad personal. Porque, en definitiva, es de lo que se trata: de la propia felicidad. La salvación total es el progreso en crecimiento sin límite en la consecución de la felicidad, desde ahora mismo, hasta la manifestación de Jesucristo, nuestro Señor.

Es evidente que este proceso no lo podemos hacer viviendo aletargados y pasivos; sin estar atentos. Es imprescindible vivir atentos a la presencia del Señor y mantenernos fieles a la gracia que Dios nos ha dado en Cristo Jesús. Durante el Adviento, la palabra que escucharemos será clara, llena de esperanza y de consuelo, estimulante, para que podamos despertar, despejar nuestras dudas y empezar con valor una vida nueva.