Amados hermanos en Cristo:
Durante la Cuaresma hemos podido ver como Jesús despreciaba la tentación del bienestar y del éxito, y se adentraba libremente por el camino luminoso de la propia entrega a una causa noble, que redundaba en gloria de Dios, plenitud personal y beneficio imponderable para sus semejantes. Su vida y su palabra son, por si mismas, una invitación constante a cambiar la trayectoria de nuestra vida, con frecuencia apática y centrada en nosotros mismos, en otra que, por su generosidad y altruismo, se asemeje a la suya. Para facilitarnos el cambio a una vida más positiva, generosa y compartida y, en definitiva más feliz, Jesús nos muestra a su Padre y nuestro Padre, lleno de misericordia y amor, dispuesto siempre a alentar nuestro esfuerzo de generosidad y entrega hacia los demás.
La fiesta de hoy nos adentra en la etapa final de la vida de Jesús, en que su entrega personal alcanza una radicalidad inaudita e irrevocable. En el relato de la pasión hemos contemplado aturdidos, por parte de Jesús, un vaciado de todo deseo de conservar nada para si. Durante la cena, deja clara su voluntad de servir al Padre y a los hombres y ordena a los apóstoles y seguidores que hagan lo mismo. La pauta de comportamiento, para quienes quieran seguirle, será la de amarse y servirse mutuamente los unos a los otros, tal como él mismo lo ha hecho. Amor y servicio que será, en adelante, la única señal para conocer quienes son de veras sus discípulos.
En la cruz lleva su amor hasta el extremo de pedir al Padre perdón para sus verdugos, porque no saben lo que hacen. Buscar disculpas para sus enemigos significa renunciar al derecho de sentirse ofendido y asumir la voluntad de confiar al Padre, sin condición alguna, el juicio de su vida y la de los demás.
Miremos también a Jesús y escuchemos sus palabras, cuando se ocupa del malhechor crucificado a su vera. Palabras que manifiestan la preocupación personal de Jesús por aquel desdichado, su ternura, y el encendido deseo de salvarle. Palabras que son el anuncio y la plasmación de la obra redentora de Jesús, el anuncio de su Pascua gloriosa. Es decir: De la muerte de Jesús en la cruz brotará vida infinita, siendo primer beneficiario un delincuente común. Y, después, como colofón y razón última de todo lo que Jesús hace y dice, viene el desahogo de confianza infinita en el Padre: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Al objeto de vivir mejor el mensaje de salvación que celebraremos estos días, preparémonos a aceptar la reconciliación que Dios nos ofrece en el sacramento del perdón. Desde luego, sabemos que somos perdonados siempre que, arrepentidos de corazón, amamos a Dios sobre todas las cosas; pero recordemos también que Jesús dejó a la Iglesia el sacramento de la reconciliación, para que el perdón recibido sea visible y compartido por los demás hermanos en la comunidad. Así vista, la confesión es como el acta pública del perdón alcanzado y la ocasión de saborear la alegría de sabernos perdonados y salvados, como miembros del pueblo de Dios.