Amados hermanos:
Ascensión, en el lenguaje litúrgico de hoy, significa elevarse a las alturas por propia iniciativa y virtud. Es lo que entendemos que hizo Jesús después de resucitar, elevando con él todos los valores humanos y espirituales que había vivido en la tierra. Con aquel gesto bíblico, toda su obra quedaba elevada a la altura de Dios. Desde la derecha del Padre, todo cuanto había pensado, amado, enseñado y obrado quedó revalorizado a nivel divino.
Mientras vivía en este mundo, su vida y su obra podríamos considerarla como siembra sudorosa y cansada, a parecido nivel de cualquier obra humana, pero su ascensión viene a ser como la cosecha generosa y abundante, a manos llenas. El nunca se había desentendido de lo que tenía entre manos; ni tan siquiera curar a un leproso, escuchar a un pecador convertido, o emprender largas caminatas para llevar la Buena Noticia a lugares apartados y, mucho menos, pasar largas horas en vigilia de oración al Padre. Incluso se había preocupado de los asuntos terrenales, como el alimento de las multitudes y la condición deplorable de los pobres y marginados. Al lado de la predicación del Reino, trabajaba con todas sus fuerzas para procurar en la tierra el bienestar de todos cuantos a él acudían.
Llegado el momento, confió a los apóstoles la misión que él había de dejar para volver al Padre. Para el cumplimiento eficaz de su misión, prometió a los suyos que no les dejaría solos: Aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo. Y les dio el mandamiento de ir, una vez confortados con el divino Espíritu, a convertir todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Pedimos hoy y procuramos para nosotros lo que San Pablo pide para los cristianos de Efeso: que nos dé el espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cual es la esperanza a la que nos llama, cual es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Nos conviene entender claramente por la fe, cuál sea el proyecto de Dios sobre todos y cada uno de nosotros, tomando modelo de lo que le sucedió a Jesús. Nos conviene entender de verdad que ni la tierra lo es todo para nosotros, como creen algunos, olvidando el cielo; ni el cielo es lo único que nos importa, como creen otros, despreciando la tierra. La verdad entera consiste en que el cielo se hace presente ahora mismo acá por el amor, y que la simiente necesaria de todo lo que esperamos, la vamos sembrando en la tierra, a medida que nos mantenemos fieles a la verdad y a la justicia y unidos al Padre y a los hermanos, con la confianza cierta de la gloria que esperamos.