Domingo XVII del tiempo ordinario (C)

Amados hermanos y amigos:

La humanidad es como una gran familia. Las personas vivimos inmersas en una red de relaciones de dependencia entre nosotros. Tanto para bien como para mal, el comportamiento y la vida de cada uno influye en el bienestar o el desorden, en el equilibrio o el desenfreno de toda la sociedad. En el orden espiritual y sobrenatural, la explicación de esta solidaridad entre los hombres es concebida por San Pablo bajo la imagen de los miembros de un cuerpo formando unidad; de manera que la familia de los hijos de Dios participa del bien y del mal de todos y cada uno de sus miembros.

Este principio queda ilustrado en el pasaje que acabamos de escuchar. El castigo divino estaba a punto de caer sobre las ciudades corruptas de Sodoma y Gomorra, cuando Abraham decide interceder por sus habitantes, apelando a un motivo convincente -casi de presión- como forzando al Señor a escucharle: se trata de los justos de aquellas ciudades. En atención a ellos -confía Abraham- el Señor desistirá de inflingirles el castigo con que las había amenazado. El fracaso de la intercesión de Abraham radica en que el cuerpo social de aquellas ciudades está tan corrompido que no tiene salvación posible. Pasa como cuando los órganos vitales de una persona están tocados de muerte.. En efecto, entre las dos ciudades no se hallaron diez justos.

Con todo, la lección es pertinente. No perdamos la esperanza pensando que nuestro mundo está corrompido y postrado a un nivel muy bajo de vida ética y espiritual. La Iglesia es sacramento de salvación para toda la humanidad, y el pequeño rebaño de justos, diseminados por todo el mundo, ejercen de pararrayos para injustos y pecadores. La fe, el amor, el altruismo, la abnegación, la adhesión a la verdad y a la justicia, la actitud de servicio, el esfuerzo por la paz, la lucha por los derechos humanos, de los justos, son la semilla recóndita que hará germinar en la humanidad una situación más positiva y feliz para todos. La mejora en el equilibrio personal y en las relaciones mutuas no depende tanto de los avances científicos y técnicos como de la sabia nueva que proviene de la bondad de los justos.

En el proceso de la humanidad lento y trabajoso hacia el bien, tiene un papel importante -quizás el mayor de todos- la plegaria de los justos que, como dice Jesús en el evangelio de hoy, siempre es escuchada por el Padre. A Jesús le interesa que quede claro este hecho; pues afirmó: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. En otro párrafo del mismo evangelio viene a decir Jesús que este principio es tan evidente como que si un vecino os pidiera un pan cuando ya estáis en la cama, os levantaríais a dárselo, o que si vuestro hijo os pidiera un pez no le daríais una serpiente.

Por ello queremos expresar nuestra admiración, afecto y gratitud por aquellas personas y comunidades que hacen de su vida una oblación y una plegaria por toda la humanidad. Ellos son como la respiración o la circulación de la sangre para el mundo, supliendo a los que, por indiferencia, pereza o falta de motivación, nunca oran. Ellos son los hermanos que se comunican con el Padre también en nombre de los otros hermanos que jamás le dirigen la palabra. Hagamos nosotros de la Eucaristía dominical nuestro momento fuerte de oración por toda la humanidad.