Domingo XIII del tiempo ordinario (C)

Hermanos muy amados, en el Señor:

El hombre actual es especialmente sensible al valor de la libertad. Se habla de la libertad y se escribe sobre ella con más profusión y entusiasmo que nunca, aunque la civilización de confort y consumismo en que estamos inmersos, lejos de hacer al hombre más libre, lo constriñe por todas partes con necesidades cada vez más serviles y más difíciles de satisfacer. Esta situación hace prisioneras a muchas personas, hoy en día, de deseos imposibles de colmar y de aventuras económicas con créditos y letras, hipotecas y trampas, que asedian la vida alrededor. Esta situación del mundo moderno arrastra a complejos y depresiones. Más aún; algunos se sumergen en el orgullo, la codicia, la violencia o el placer. Para otros -demasiados desdichadamente- el pozo de la droga será la demostración lacerante de haber llegado a un camino sin salida posible.

Dice el refrán: A grandes males, grandes remedios: Únicamente una contundente prueba purificadora puede retornar al hombre a un camino nuevo de libertad, como sería una enfermedad grave, un accidente, un fracaso de relación, la ruina económica o, en otro aspecto, el contacto con una persona capaz de ayudarle a encontrarse a sí mismo, abriéndose a la libertad y al don de sí.

Elías pasa cerca de Eliseo, que andaba atareado arando sus grandes propiedades con la ayuda de sus criados. Elías le echó encima el manto y le transfirió su carisma de profeta. Eliseo se siente tocado por una invitación especial que es don de Dios, y no opone resistencia alguna. Su vida ha cambiado radicalmente: Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.

Con letras de oro deberían ser escritas las palabras de San Pablo a los cristianos de Galacia, que hemos escuchado en la segunda lectura. Dice así: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.

Y San Pablo acaba este fragmento con una ferviente exhortación: Yo os digo: Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne. Si nos dejamos conducir por el Espíritu, haremos realmente aquello que queramos, que, en el fondo, es siempre lo mejor; es decir: lo que nos conviene, lo que nos puede hacer libres y felices. Si nos dejamos guiar por el Espíritu, ni tan siquiera a la ley estamos sujetos, porque la fuerza del Espíritu que está dentro de nosotros se convierte en nuestra ley y nos otorga buscar y obrar con gusto lo que más nos conviene.

El evangelio de hoy es otra lección magistral sobre las condiciones y el camino de la libertad. Hemos visto que Jesús se encamina decididamente a Jerusalén, donde se enfrentaría con su suprema misión, despojándose de las concepciones humanas de un mesianismo terrenal. Después invita a sus discípulos a abandonar toda seguridad. Les dice: Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Sus discípulos deberán preferir también la obra del Reino a la codicia, que conduce al pecado y mata el corazón del hombre; y deberán caminar hacia delante decididamente, sin volver la vista al pasado.