Queridos amigos en Jesús resucitado:
El tercer día después de la muerte de Jesús, es decir el domingo, asistimos sobresaltados a una gran movida entorno al sepulcro del Señor. Al alborear el primer día de la semana, las mujeres encuentran el sepulcro vacío; los apóstoles se acercan a él más tarde y comprueban ser verdad como lo han contado las mujeres; María Magdalena y después Pedro ven personalmente a Jesús; y, por la tarde de aquel mismo domingo, Jesús se aparece a los apóstoles, que se hallan recluidos en casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Tan sorprendentes acontecimientos cambiaron de inmediato el estado emocional de aquellas personas y determinaron su trayectoria futura. Se acabó el temor y la conciencia de fracaso, porque Dios ha resucitado a Jesús y ha avalado de forma contundente su mesianismo. Desde ahora es evidente que Jesús es el enviado prometido a las generaciones pasadas, y que en él se ha revelado la benignidad de Dios que quiere salvar a todos los hombres.
Recibid el Espíritu Santo, les dice Jesús. El Espíritu Santo es el primer don, fruto de la redención obrada por Jesús. Es la aproximación íntima e intensa del mismo Amor de Dios, que transforma por dentro los corazones y las intenciones de los que le reciben; es el que da a los suyos luz, fuerza, ilusión; el que lo renueva todo en las personas que creen en el Resucitado.
A partir de ahí, los apóstoles comienzan a organizarse, porque entienden que son llamados a continuar la misión de Jesús, como él les había encomendado anteriormente; pero que, ni habían entendido ni se sentían con ánimo para llevarla a término.
El entusiasmo de los apóstoles y la firmeza de su fe fue muy pronto admirada por multitud de personas que pidieron ser bautizadas y se sintieron interiormente movidas a vivir en comunidad. Como dice San Juan: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de nuevo; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. Nada de extrañar, pues, que la primera lección aprendida en la comunidad fuera el amor mutuo, porque entienden que como hijos de Dios son hermanos entre sí. Y dice el libro de los Hechos: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo…Y Dios los miraba a todos con mucho agrado.
Renovando estos recuerdos y, puesto que vivimos la novedad de la Pascua, nosotros que creemos de corazón en la resurrección de Jesús, procuremos que no envejezcan y se arruguen nuestros sentimientos, que se mantenga viva nuestra ilusión como si acabáramos de convertirnos, como si hubiésemos descubierto hoy mismo que nuestra salvación es un hecho, porque Cristo ha resucitado.
Dar un poquito más de tiempo a la plegaria; vivir el domingo, cada domingo, conmemorando y celebrando la resurrección, hará revivir y rejuvenecer nuestra esperanza y nos dará coraje -y hasta facilidad- para vivir de acuerdo con lo que creemos y esperamos.