La lectura de la Biblia, amados hermanos, suscita frecuentemente interrogantes y dudas; razón por la cual se requiere un mínimo de cultura y de información al caso, para tener la seguridad de no perdernos en interpretaciones erróneas. Es patente en el fragmento que acabamos de escuchar, extraído del libro del Génesis. En efecto, ¿cómo se puede admitir que Dios ordenara a Abraham el sacrificio de su hijo?
Ante todo, hemos de aclarar que la Biblia es revelación de la verdad de Dios al hombre, en su contexto total; más no literalmente, frase por frase, palabra por palabra. Todavía, aquella revelación de Dios ha tenido lugar en términos humanos y en circunstancias culturales diferentes. En segundo lugar, la Biblia no es en manera alguna un libro de ciencia, puesto que, vista con rigor científico, contiene una cantidad considerable de errores. En tercer lugar, recordamos que tampoco es un libro de historia serio e imparcial. Sus autores, en general, no pretendieron escribir una historia. Lo que querían era presentar a grandes rasgos la formación y el desarrollo de un pueblo que, habiendo conocido al único Dios verdadero, es conducido por él a su desarrollo y a horizontes imprecisos, pero fascinantes. Más que la exactitud de los hechos y sus fechas los autores quieren narrar la protección constante de la mano de Dios, a un pueblo que correspondió malamente con infidelidades y tuvo necesidad de arrepentimiento y de perdón.
La Biblia, pues, es la plasmación escrita de la fe de un pueblo en el Dios único y verdadero. Una fe mantenida y vivida contra corriente, rodeados como vivían de culturas politeístas, adoradores de multitud de falsas divinidades y practicantes de ritos mágicos e inhumanos.
El sacrificio de Isaac que hemos escuchado, por ejemplo, se ha de entender como una catequesis para explicar al pueblo hebreo que Dios no consientía los sacrificios humanos que algunos de los pueblos vecinos practicaban. Y, para que el pueblo llano lo entendiera, mejor sirve una narración como la que hemos escuchado, que una explicación teórica de principios.
La fe del Antiguo Testamento, bien conducida y explicitada en la Biblia alcanza su plenitud con la llegada del Mesías. El Dios lejano se ha hecho próximo. Jesús es llamado: Dios-con-nosotros. Es el rostro visible del Dios de Abraham. Con él la revelación ha sido mejor iluminada y el proyecto salvífico-trascendente de Dios se ha manifestado en Jesús.
En el pasaje evangélico de hoy se nos ha dado una visión de lo que será la plenitud de la predicación de Jesús, el resplandor final de la Buena Nueva. En efecto, como Jesús es glorificado en la transfiguración temporalmente, lo será definitivamente por la resurrección.
Pero, el mensaje de la transfiguración no acaba aquí, puesto que la venida de Jesús no se ha producido a su favor. El Hijo no necesitaba venir a la tierra para ser glorificado. Ya es glorificado desde el principio en el seno del Padre. Su venida es para nosotros, para glorificar la humanidad después de restaurarla. Por tanto, la transfiguración de Jesús en el tabor es una muestra de lo que estamos llamados a ser, una vez participemos de su resurrección.
En el espectáculo del Tabor participaron: Moisés, como legislador de la antigua alianza, y Elías, representando a los profetas. Entre los dos representaban todo el pueblo de Israel conducido por ellos hasta el Mesías, y en Jesús se reunían las generaciones, pasadas, presentes y futuras, llamadas todas a participar de su salvación y gloria.