Domingo XXV del tiempo ordinario (B)

Hermanos muy amados en el Señor:

Nuestra sociedad vive en una cultura competitiva; a saber: competencia en el poseer, expresada en el afán de tener de todo más que los demás; competencia en el saber, en el poder, la ostentación, la influencia para llegar más lejos y antes que nadie. A causa de estas pretensiones, como dice Santiago: Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. Desgraciadamente, nos llegan noticias a diario sobre asesinatos por semejantes causas, y las luchas y pleitos están, por lo mismo, al orden del día.

Los mismísimos apóstoles de Jesús padecían levemente por aquellos mismos males: Pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Hasta aquí llega desgraciadamente la sabiduría de los hombres, la cultura humana. Pero hay otra sabiduría, la sabiduría de Dios. Santiago lo explica así: La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. ¿Por cuál de estas dos culturas seremos capaces de decidirnos efectivamente.

Jesús decidió su vida y la condujo según la sabiduría de Dios, porque es la única que lleva camino hacia el Reino de los cielos. Y eso, aunque la cultura de moda entre los hombres no esté de acuerdo con ello; aunque escarnezca al justo y lo someta a persecución. Porque la cultura de la competencia, sin reglas éticas, es descarada y cruel, como dice el libro de la Sabiduría, de esta manera: Se dijeron los impíos: «acechemos al justo que nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada».

Ahora nos podemos explicar que Jesús fuese víctima de la cultura de su tiempo. El tuvo conciencia anticipada de la persecución que se le avecinaba y avisó amistosamente a los apóstoles. Les dijo: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días, resucitará. El anuncio del final feliz de Jesús ya estaba escrito en el libro de la Sabiduría, cuando dice: Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos (…), pues dice que hay quien se ocupa de él.

Y, efectivamente, Dios lo protegió, como protege a todos aquellos que, guiándose por la sabiduría divina, vienen a ser los primeros después que en la competencia desleal y sin ética, optaron por ser los últimos y los servidores de todos.

Estos son los que se hicieron como niños, personas sin pretensiones e incluso sin posibilidades; personas siempre dispuestas a la verdad y al amor. De ellos es el Reino de los cielos.