Amados hermanos en María, Madre del Señor:
Hoy celebramos la fiesta quizá más entrañable de las dedicadas a María en todo el año litúrgico: su maternidad. Ella es elegida Madre de Jesús para que nosotros podamos convertirnos en hijos adoptivos de Dios. Toda la riqueza y hermosura humana y espiritual que seríamos capaces de admirar en la maternidad de la mujer más sencilla y anónima del mundo, las encontramos elevadas al infinito en la que aclamamos Madre de Dios para la salvación de los hombres.
Y, por ser inseparables Madre e Hijo, mientras celebramos la maternidad de ella, acompañamos hoy al Hijo en la ceremonia de la circuncisión, que es cuando le pusieron por nombre Jesús, que quiere decir salvador, y ponemos de relieve la presencia constante de María en la vida y la obra de su Hijo, desde el consentimiento requerido por el arcángel hasta la aceptación en el Calvario.
Ella hizo, a lo divino, lo que todas las madres hacen humanamente con sus hijos: rodearlo con una delicada atmósfera de amor, cuidar su vida física con la máxima dedicación, asegurarle una vida familiar positiva y acogedora, introducirlo en la vida social de manera sabia y comprometida, iniciarlo desde su más tierna infancia en la relación amorosa y confiada con Dios Padre, transmitirle las mejores tradiciones de su pueblo y crear en él hábitos y comportamientos ricos para el niño y gratificantes para Dios y os hombres.
Pero lo más profundo y conmovedor es, quizás, lo que ocurre en el corazón de María: María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón, nos ha dicho San Lucas. Si Jesús es salvador del mundo, María es la primera salvada; si es la luz de los corazones, ella es la primera iluminada. Por ello. Amando a María, estaremos siempre cerca de la salvación; guardando, como ella, estos recuerdos, estaremos en el camino de conocer el misterio y seremos iluminados cuando los meditemos.
Hoy, por otro lado, iniciamos un año nuevo en nuestra vida. El tiempo: cada momento, cada día, cada año son la mejor riqueza de que disponemos. En el tiempo labramos nuestro más allá. Positivamente, si creemos en el Señor, si contamos con él, si estamos junto a él; como la simiente que crece al calor y a la luz del sol. Pero nuestro tiempo sería inútil y perdido enteramente, si transcurriera lejos de Dios, sin contar con él, sin aceptar los cálidos rayos de su amor ni ser enseñados por la luz de su verdad. Hagamos nuestra aquella oración de bendición que rezaba devotamente el pueblo hebreo: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
Finalmente, hoy se celebra el día mundial de la paz. La paz es el resultado de la suma de personas, de familias, de pueblos, pacíficos. Pero, hace tiempo -para no decir siempre- los hombres del mundo trabajan a favor de la guerra permitiendo o cultivando actitudes que engendran diferencias entre pueblos y razas, y producen resentimientos, odios y violencias. La prepotencia de unos sobre otros es obstáculo insalvable para la paz. Ni tan siquiera podemos declararnos pacifistas, o pedir a Dios la paz, mientras no aprendamos a mirar al otro como a nosotros mismos y no creemos condiciones de igualdad y de respeto. No podemos vivir en paz verdaderamente, sin volver de veras a Jesús, Príncipe de la Paz.