Hermanos míos en el Señor:
En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios, clama el profeta Isaías. Idéntica se antoja la situación del mundo actual. Parece que a penas haya camino alguno por donde Dios pueda llegar a los hombres de hoy. En nuestra época cultural se han construido caminos tortuosos, escarpados, intransitables para Dios. El laicismo, el libertinaje y la arrogancia de nuestro tiempo componen un desierto sin camino, que conduce a la nada.
Frente a esta situación, el profeta nos recuerda los grandes principios, para reencontrarnos a nosotros mismos en la única trayectoria positiva que nos hará superar la debacle en qué nos hallamos inmersos. Dice Isaías: Aquí está vuestro Dios, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Si descubrimos la presencia de Dios en nuestra vida y en toda la creación, encontraremos de nuevo el sentido, renacerá en nosotros la confianza y experimentaremos su providencia como la de un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.
San Pedro, en la carta, estimula nuestra confianza con estas palabras: El Señor tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. Conversión que se ha de producir en el tiempo que nos ha sido dado en el transcurso de la vida presente. Es el único tiempo hábil para producirse aquella decisión, aquel cambio, aquella opción que nos permite elegir lo mejor: apertura acogedora al amor de Dios, aceptación de la salvación ofrecida, para entrar en el ritmo del crecimiento personal hacia el destino que nos ha sido generosamente asignado.
El tiempo presente llegará a su fin, como ha dicho San Pedro: Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida!…Esperad y apresurad la venida del Señor. Hasta que llegue aquel momento, lo que cuenta de verdad para el Señor no es el tiempo –para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día, sino nuestra actitud interior, la de la mente y el corazón.
El tiempo de Adviento, hermanos, mientras nos prepara para la celebración de la Navidad, nos quiere ayudar también a dirigir nuestra mirada interior hacia la segunda venida de Jesús, cuando se cumplirá aquello que ha de venir y que esperamos firmemente con San Pedro, en la carta que hemos escuchado: Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia.
Este mismo era el mensaje que anunciaba Juan el Bautista, cuando preparaba la venida del Mesías en el desierto, donde las multitudes acudían a escucharle, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán: Detrás de mi viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo que nos infunde Jesús comienza la novedad, el Reino de Dios, que culmina con la apoteosis de un cielo nuevo y una tierra nueva.