El tiempo de Cuaresma es tiempo apropiado para pedir perdón de los pecados de forma sacramental, a través de los sacerdotes que -sin ningún mérito suyo- perdonan los pecados en nombre y por el poder de Jesucristo. Especialmente en estos días, caminando hacia Pascua, debemos celebrar el sacramento del perdón y de la reconciliación, con humildad y confianza.
Confesarse es creer en la misericordia de Dios. Los 4 consejos del Papa Francisco para la confesión: 1. Poner a Dios en el centro: no nos tengo que confesar como unos castigados que deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre. Y el Padre nos levanta en cada situación, nos perdona cada pecado. ¡Dios perdona siempre! 2. Recordar el perdón de Dios: después de una confesión, recordemos el perdón que se ha recibido, atesorando esa paz en el corazón, esa libertad que se siente dentro. No los pecados, que ya no existen, sino el perdón que Dios nos ha regalado. 3. Superar la vergüenza: No permanecer prisionero de la vergüenza, porque Dios nunca se avergüenza de ti. Él te ama precisamente allí, donde tú te avergüenzas de ti mismo. Y te quiere siempre. Y 4. Confiar en la fidelidad de Dios: Dios siempre se alegra de perdonarnos. Cuando nos vuelve a levantar cree en nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros los que nos desanimamos, Él no. Conviene abandonarse al amor, dejarse transformar por el amor y corresponder al amor de Dios.
Confesarse es creer que podemos cambiar y que Cristo nos ayuda a cambiar. Debemos vivir la fe como un camino de seguimiento de Jesucristo, en el que caemos y nos levantamos, pero que lo importante es seguir, permanecer, llegar, vivir con Él. No es tan importante no caer nunca, sino levantarse humildemente si hemos caído y volver a empezar de nuevo. Y por la misericordia que derrama en nosotros con el sacramento del perdón, lo podremos conseguir. Todo lo podemos, con la gracia de Cristo.
Confesarse es reconocer la propia vida mal hecha, y enmendarse. Si uno se compara con el amor de Cristo, con la vida santa de nuestra madre la Virgen María y la virtud de los santos, seguro que encontrará que no es perfecto y que necesita mejorar. Nadie con juicio no puede decir nunca, “yo no tengo pecados” o “yo no hago nada malo”. Por más que las circunstancias y la cultura ambiental nos condicionan parcialmente, todos podemos reconocer que necesitamos una conversión, y que debe ser real y concreta. Por Cristo, podemos cambiar y mejorar, podemos rehacer el camino mal hecho.
Confesarse es rehacer la comunión con la Iglesia y aprender a amar como Jesús. Reconciliarse con Dios y con la Iglesia, con los hermanos, a los que les hemos hecho daño con nuestras deficiencias y pecados. Necesitamos la palabra cálida, amorosa, paternal del sacerdote que en nombre de Cristo nos diga «Yo te absuelvo de tus pecados«, para saber que no es una invención mía, sino una gracia eclesial la que me llega con toda certeza y me renueva. El confesor me escuchará, me aconsejará, me ayudará… y, sobre todo, en nombre de Cristo, me hará llegar la gracia del perdón que me restaura. No tengamos miedo de cambiar para mejorar en el amor a Dios y al prójimo. Cristo perdona a través de los sacerdotes. Valorémoslo y aprovechémoslo de nuevo en esta Cuaresma.