Hermanos muy amados, en el Señor:
Hay gestas que parecen imposibles de realizar hasta que alguno, poniendo en acción toda su fuerza y destreza, lo consigue. Pongamos por caso la escalada a las cimas más altas del Everest cuando se consiguió por primera vez, o cuando se bate un récord mundial de velocidad o de resistencia en algunos deportes, o como cuando Colón consiguió atravesar el Atlántico hasta llegar a descubrir el Nuevo Mundo. Al admirar semejantes éxitos, exclamamos: ¡Por tanto, ello es posible! Con todo, las que en su tiempo parecieron gestas impensables, en nuestros días son habituales y posibles para muchos.
Aquí es cuando vemos a María, la Madre de Jesús, como adalid triunfante de la más grande aventura humana: la de llegar a la propia glorificación en el reino de Dios, después de haber vencido todos los escollos de la mar tempestuosa de la vida presente. Celebrando la Asunción gloriosa de María podemos exclamar, llenos de entusiasmo: ¡Aquel triunfo es posible, puesto que una de entre nosotros lo ha conseguido! En la Asunción de María vemos el modelo plenamente realizado del proyecto de Dios sobre la humanidad entera. El camino por donde se llega es Jesús que a superado en si mismo todos los obstáculos, puesto que, así como por la degradación del hombre vino la muerte, también por la exaltación del Hombre-Jesús vendrá la resurrección, conforme a lo escrito por San Pablo en su carta a los corintios: Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.
Cristo es el héroe vencedor y nosotros los beneficiarios de su obra. La primera de todos, María. Usando el símil de los escaladores, Jesús es el primero de la cordada; después de él, María, y a continuación, todos nosotros. Si queremos conseguir el triunfo, no podemos deshacernos de la cordada y andar por cuenta propia. La cordada espiritual de alpinistas que nos une a Cristo es la Iglesia, la familia de los llamados a la salvación que aún no hemos llegado a la meta.
La primera lectura nos ha hablado del dragón, que significa las fuerzas del mal presentes en el mundo en que vivimos. Ha hablado de la mujer refiriéndose a María y también a la Iglesia. El dragón quiso devorar al hijo de la mujer, pero el hijo fue atraído hacia el trono de Dios, lo cual tuvo lugar cuando las fuerzas del mal habían intentado devorar a Jesús, y éste les fue arrebatado por la resurrección. Dice el Apocalipsis que la mujer huyó al desierto. Por la mujer podemos entender ahora la Iglesia, la Comunidad de los seguidores de Jesús, a quienes corresponde, entre tanto, ocupar su lugar en el desierto de este mundo, siguiendo los pasos del Hijo y de su Madre.
Peregrinando por este desierto, vivimos siempre protegidos por Dios que nos salva como salvó a Jesús y a María, mirando nuestra pequeñez de hijos desvalidos, como había mirado antes la pequeñez de su sierva María, porque su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Que esta fiesta sirva de estímulo para nuestra fe y confianza y nos ayude a vivir firmemente unidos a nuestra comunidad parroquial y a toda la Iglesia, para que, juntos, siguiendo a la gloriosa Madre de Jesús, podamos acompañarla en su triunfo en la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu.