Domingo III de Pascua (A)

Amados hermanos:

El pasaje del Evangelio de hoy, repleto de humanidad y ternura es, en el fondo, la descripción de una fuerte crisis en que vivían sumergidos dos de los discípulos después de la pasión y muerte, y la feliz solución a tan lamentable estado. Observemos el proceso con respeto y amor y nos daremos cuenta de cómo podemos salir victoriosos de parecidas situaciones.

Aquellos hombres vieron como se hundía su moral y su esperanza, a la vista de los últimos acontecimientos: el fracaso público de Jesús y su misión, ante el hecho inapelable de su muerte ignominiosa. Por ello deciden salir de Jerusalén ,el lugar de los hechos: era la aceptación sin paliativos de la derrota, a pesar de que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron el cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles que les habían dicho que estaba vivo. Aquel relato era motivo se reflexión, pero su estado crítico les ofuscaba la mente . No podían razonar correctamente. Menos mal que se mantuvieron unidos, cosa que les salvó de romper la relación con los hechos recientes, e iban comentando todo lo que había sucedido. A pesar de ello, su estado de ánimo era negativo y pesimista: Ellos se detuvieron preocupados. La preocupación y la tristeza son síntomas de la derrota aceptada.

En aquel momento: Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Después de saludarles, él mismo comenzó la conversación. En nuestra vida real, Jesús se pone a caminar con nosotros siempre, pero más en momentos de crisis. Aceptar su compañía y abrirles el corazón, exponerle nuestras preocupaciones escuchar en silencio sus palabras e inspiraciones, es la actitud salvadora por donde empieza a superarse nuestra situación negativa. Intentar evadirnos en soledad sería entrar en un pozo sin fondo, porque nosotros no tenemos la respuesta al enigma. La respuesta nos ha de ser dada y nosotros debemos estar dispuestos a recibirla.

Entonces Jesús, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que se refería a él en toda la Escritura. Nosotros, en la Iglesia, lugar de encuentro entre todos los miembros de la comunidad, y de la comunidad entera con Jesús, encontramos el marco adecuado para ser iluminados en nuestra fe. Durante el año, en las celebraciones dominicales, nos son expuestas las Escrituras y, a su luz pueden disiparse muchas de nuestras dudas , nuestra fe devenir más razonable y nuestro corazón mejor dispuesto. Los dos discípulos lo comprendieron luego de su amistosa conversación con Jesús. ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?

Por ello, le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. ¡Quédate con nosotros!, le decimos también en la comunión. El se queda y su presencia nos acompaña y nos reconforta. Al calor de su presencia nuestra fe se enrobustece, y como en aquella ocasión: Sentado en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.