Amados hermanos.
La celebración de esta tarde se centra en la cruz de Cristo, en el misterio de su muerte, que viene a coronar y sublimar una vida, que fue -entera- para los demás, y se convirtió en el pórtico natural de su glorificación. Solemos decir que Jesús nos salvó por su muerte en cruz, siendo ésta una expresión incompleta, puesto que la salvación nos viene por Cristo en su trayectoria completa: desde su concepción, hasta su regreso cabe el Padre. El misterio de Cristo en su totalidad es la salud del mundo, porque él, su persona, es el camino, la verdad la vida.
Nuestra participación en la litúrgia de hoy debería transcurrir en un clima de serenidad y contemplación, lejos de sentimientos de compasión y menos todavía de sensiblería, aunque la cruz sea el símbolo más importante de esta ceremonia y el color rojo simbolice el martirio de Jesús, puesto que se trata de una cruz gloriosa y de un martirio triunfal. Una contemplación serena nos ayudará a asimilar con fe la gran lección y la fuerza salvadora de la cruz pascual.
De algún modo, hoy celebramos ya la Pascua, el misterio de salud en su primer momento, el de la muerte. El misterio pascual es un acontecimiento en dos tiempos: la muerte y la resurrección del Señor. Los tres días -tríduo santo: viernes, sábado y domingo- se celebran como un único día y en ellos tenemos una única Eucaristía: la de la Vigilia pascual, en que se celebra no sólo la resurrección, sino también la inmolación del Cordero pascual. Por ello, la celebración de hoy, con un clima de fe y esperanza pascual, reviste, con todo, una atmósfera de sobriedad y de admiración por la generosa entrega que hace de sí mismo el Siervo de Dios, hasta la muerte. Al no haber hoy Eucaristía, la comunión será una participación de la eucaristía de ayer, Jueves Santo. El sagrario quedará vacío y abierto hasta después de la Vigilia pascual. Durante unas horas no habrá reserva eucarística para significar que ,con la Misa de la Vigilia pascual, comienza en la Iglesia el tiempo de los sacramentos. Dicho de otra forma: el valor de los sacramentos arranca del misterio pascual cumplido con la resurrección del Señor.
Las lecturas que hemos escuchado nos han dado a entender la disposición generosa de Jesús al sacrificio personal por los demás. El asumió con un admirable coraje la misión de representarnos a todos en todos los aspectos de nuestra vida, principalmente en nuestra condición de pecadores. A causa de esta representación ante el Padre, se ofreció voluntariamente a la muerte para que, por él y con él, tuviéramos acceso a la vida y vida abundante.
También hemos podido ver como Jesús tuvo miedo de los tormentos y de la muerte y experimentó la dificultad que le suponía ser fiel a su misión hasta el final. De esta manera expresa dramáticamente hasta que punto es profunda su solidaridad con nosotros y cuán real y serio era su camino a la muerte.
Podemos, pues, fiarnos de él totalmente y esperar que, si le seguimos con fe, coraje y denuedo, participaremos de su nueva vida de resucitado y de su glorificación junto al Padre