El coloquio de Jesús con la samaritana que tuvo lugar hace dos mil años, en tiempos históricos bien distintos del nuestro y en el marco de otra cultura, es plenamente actual en nuestros días: un intercambio de pareceres sobre la sed y el agua, sobre la inquietud interior y el manantial de paz y bienestar. La escasez de agua plantea ahora grandes problemas en algunos lugares del planeta. Los gobiernos y algunos grupos ecológicos están profundamente preocupados por el aprovechamientos y el saneamiento de las aguas, y muchas conciencias viven la inseguridad sobre las fuentes de paz y de sentido en el en el mundo espiritual.
En la conversación que nos ocupa, Jesús toma la sed y el agua en un sentido simbólico, espiritual. La sed del espíritu humano debe entenderse como una necesidad vital íntimamente sentida por el hombre de todos los tiempos: es como una sed interior situada, no en nuestro físico, sino en nuestro espíritu, en su sentido moral. Es la percepción acuciante de una carencia espiritual que se hace presente en el corazón de la persona, en el núcleo vital; tanto de los que tienen cubiertas ampliamente las necesidades materiales, como de los que viven en la pobreza más absoluta.
Cuando la vida no tiene suficiente sentido, cuando el individuo no halla respuesta clara sobre el porqué de su existencia ni del modo de llenarla satisfactoriamente o de cómo y para qué administrarla; cuando la persona no halla reposo apacible ni en los bienes temporales, ni en la familia, ni en la profesión; cuando vivimos una descompensación entre lo que deseamos y lo que tenemos, o entre lo que desearíamos ser y lo que somos en realidad; cuando nuestro mundo afectivo se siente descompensado y nos vemos arrastrados a buscar nuevas experiencias; cuando nos ocurren todas o algunas de estas vivencias traumáticas, la persona vive una situación parecida a la del que busca desesperadamente un manantial de agua pura donde saciar su sed.
Jesús dijo a la mujer y nos dice a nosotros: Si conocieras el don de Dios y quién es el que , te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
Jesús quiere decir que solo Dios puede llenar el vacío interior del hombre y que, cuando forcejeamos en busca de la plenitud y el sentido a la zaga del dinero, el sexo, los aplausos, el poder o el dominio, sin darnos cuenta -pero muy realmente- estamos buscando a Dios: ¡Si conocieras el don de Dios!
¿Por qué no intentamos entender que nuestro bien verdadero está únicamente en Dios y que él tiene siempre la mano abierta para darnos todo lo que necesitamos? ¿Por qué no ensayamos acercarnos a Dios y abrirnos a él con fe, esperanza y deseo ardiente? (…) El que bebe del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.