El Papa Francisco nos ha ofrecido su Mensaje de Paz para el nuevo año 2023, que nos quiere despertar a la acción por la paz, con esperanza, después de la tragedia del Covid-19. Nos quiere abiertos a la esperanza, confiados en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta nuestro camino. Debemos ser como centinelas que velan el amanecer para los hermanos, especialmente en las horas más oscuras.
La pandemia que hemos vivido ha herido el tejido social y económico, sacando a la luz contradicciones y desigualdades. Se extiende un sentimiento de derrota y amargura, se debilitan los esfuerzos dedicados a la paz, provocando nuevos conflictos sociales, frustraciones y violencias de todo tipo. Afloran las fragilidades. La mayor lección que nos deja la pandemis es la conciencia de que todos nos necesitamos; que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común. Nadie puede salvarse solo. Urge buscar y promover juntos los valores universales, fundamento de la fraternidad humana. Y nos anima a volver a la humildad; a la reducción del consumismo; a una renovada solidaridad que vence el egoísmo, para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades. ¡Pongamos la palabra “juntos” en el centro de todo! La fraternidad y la solidaridad son las que pueden construir la paz, garantizar la justicia y superar los sucesos más dolorosos. La paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudar a superar las crisis personales, sociales y mundiales.
También debemos considerar cómo la guerra en Ucrania se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada hacia todo el mundo; también afecta a quienes, aunque muy lejos, sufren sus efectos colaterales. Esta guerra, junto con otros conflictos en todo el planeta, representa una derrota para la humanidad. No hemos encontrado soluciones adecuadas a la guerra. Ciertamente, el virus de la guerra es más difícil de vencer que los virus que afectan al organismo humano, porque no procede del exterior, sino del interior del corazón, corrompido por el pecado (cf. Mc 7,17ss).
¿Qué hacer? Dejémonos cambiar el corazón por la emergencia vivida, es decir, permitamos que Dios transforme nuestros criterios de interpretación del mundo y de la realidad a través de ese momento histórico. Ya no podemos pensar sólo en preservar el espacio de “nuestros” intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, es decir, como un “nosotros” abierto a la fraternidad universal.
Las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas. Por eso estamos llamados a hacer frente a los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión. Y el Papa señala algunos de estos retos: Sanidad pública para todos; acciones de paz para acabar con los conflictos y las guerras que generan víctimas y pobreza; cuidar de forma conjunta de la casa común y hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar alimentación y trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo; acogida e integración de los emigrantes y descartados. Debemos inspirarnos en el amor infinito y misericordioso de Dios.